Mazmorras. (Completo)


Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.


Bajo una intempestiva tormenta, en compañía de Dios como copiloto, conducía mi vehículo por la desolada vía: “Los Dos Cruces” hacia las maravillosas tierras del centro de este país artificial; específicamente hacia el pueblo (convertido en pequeña ciudad) de Mazmorras. Pueblo de majestuosos paisajes, verdes llanuras y coloridas praderas, adornado dignamente por la madre naturaleza y la mano del creador. Ya había dejado atrás, la alcabala policial que delimita dos estados,  la estación de gasolina en la que me detuve a equipar y por algo de comer, así como, el desvió que conduce hacia la localidad “El Gorro”. Llevaba poco más de tres horas conduciendo y desde este punto hasta  mi destino, faltaba una hora exactamente.
Desde hace tres años realizaba este éxodo.  Alejándome, lejos de los irritables ruidos de los autos, sus desagradables emanaciones de humos y gases; de los nauseabundos olores de las calles contaminadas por la desidia y la indolencia de sus habitantes; del duro, frio e incesante concreto que atrapa, encierra y separa de los más sinceros y primitivos orígenes naturales; lejos de la increíble anarquía, del inquietante estrés, que día tras día, hostiga y ahoga obligando a vivir en ese continuo espiral de emociones, en donde lo único real y cierto es que: “El tiempo no se detiene…”
Gran parte de la vía se encontraba en buen estado. Permaneciendo un trayecto de tierra, en reparación, «en los tres años que tengo transitando por aquí, siempre ha estado igual »con enormes hoyos,  ahora  llenos de barro. Al recorrer este sector, las inmensas, gruesas y finas, gotas de barraque salían expedidas al cielo por acción de las llantas, cubrieron gran parte del vehículo en ambos lados, por lo que tuve que disminuir la marcha y transitarlo de la manera más amable posible.
Una vez las tempestuosas nubes grises escurrieron toda su valiosa carga sobre la tierra, el hermoso cielo azul volvió a ser visible; dejando ver el brillante resplandor del sol y sus finos rayos sobre las delicadas nubes blancas. Y un inmenso ave rapaz, familia de los accipítridos (águilas) se dejó ver a lo lejos, muy alto, con sus alas extendidas, surcando su reino.
Apagué el sistema del aire artificial del vehículo y bajé las ventanillas para sentir en mi rostro, el flamante roce de la brisa nueva y pura, que traía consigo el más agradable aroma a tierra húmeda, acompañado de un delicado y casi imperceptible aroma a flores frescas; que impregnaron mi auto y mi ser, con las más gratificantes  energías positivas.
Al cabo de unos minutos estaba cruzando el arco que muestra el inmenso cartel con las palabras: “Bienvenido a Mazmorras”, a unos kilómetros de la entrada a este caluroso, pero magnifico pueblo convertido en pequeña ciudad, con edificios de hasta dieciséis pisos, hospitales, centros comerciales y hoteles. Bautizado con este nombre por herencia de sus antepasados, cuando los conquistadores lo usaron con este fin, fundando sobre él, la red más grande de prisiones y mazmorras de tortura que existieron en  época alguna,  en país alguno. –artificial o no-  En sus buenos años productor y exportador de arroz. Hoy con industrias –arroceras- totalmente abandonadas, y algunas otras, materializando su producción a media máquina, por tanta falta de orden y exceso de anarquía.-Una muestra más, de que en este, mi País Artificial, reina el caos no solo en mi Ciudad Ficticia-.  

Al cruzar el arco,  comenzaba a transitar por la maravillosa obra de ingeniería, de casi sesenta años de antigüedad, que es la represa que bordea el embalse, y surte al pueblo del preciado líquido vital; sirviendo a demás, para dar la bienvenida a propios y extraños que llegan por estas tierras.
Debo decir: “que las veces que  he transitado por ella, siento un ligero e indescriptible temor”¿Será ver el agua, que roza con la orilla de la carretera por un lado, el precipicio de más de cien metros en caída libre, hacia el otro; o los intrépidos y experimentados conductores de lugar, que la transitan a velocidades extremadamente altas, siendo esta, una vía en doble sentido? La verdad, no sé. Pero recuerdo claramente, la única vez que no sentí ese extraño temor; la primera vez que llegué a esta pequeña ciudad, era de noche, aproximadamente a las ocho, no había  mucho tráfico y todo estaba tan oscuro, que no podía ver más que las dos líneas continúas en medio de la vía, iluminadas por las luces del vehículo que conducía. Así que, recorrí la vía de la represa, sin saber que estaba allí.
         Con el continuo seguir de la doble e invariable línea que divide la vía; los autos circulando unos tras otros, avanzándose en los momentos donde no divisan venir vehículos de frente;  y  las aves que de momento se precipitan sobre las aguas del embalse, en posesión de los peces que por descuido nadan a la orilla de la superficie, mis  ojos se embelesaron  y mi mente divagó por un rato sobre la razón que me trajo la  primera vez a estas tierras.


« ¿Quién diría que mi vida cambiaría tanto al venir aquí…?» transcurría el año 2013.En mi país, con la imposición de un nuevo líder en el poder, la incursión de rebeldes extranjeros, una ola de crímenes sin resolver el descontento de una sociedad sufrida e inconforme por las continuas políticas aplicadas por quienes representan al estado; el país navegaba inmerso e inseguro por las profundas aguas de la incertidumbre, acrecentando y allanando así, las condiciones más idóneas para una guerra civil. Mientras, había sido comisionado, junto a un selecto grupo, para investigar las extrañas desapariciones en el poblado de: “El Tula” a unos cuantos kilómetros después de Mazmorras; donde, presuntamente y según nuestras fuentes de inteligencia e información, se ha radicado una célula terrorista extranjera que es responsable de las desapariciones y el terror en esta región. (...)
«Antes de venir aquí, mi vida era un completo desastre» deambulando sin rumbo, hundido entre las cenizas de los amores perdidos, los placeres de la soltería y una corta edad. Transitaba quebradas llenas de sombrase inmoralidad. Conduciéndome en la impudicia que esos caminos me daban, contribuí a la miseria de mi ciudad».
«Hasta la madrugada de esa noche, después del operativo, en la que sin previo aviso, ni permiso -ella-entró en mi vida, sacudiendo todo mí ser. Ese magnífico  instante en que la vi, en mitad de la nada, tan pequeña, sola, descalza, con ese pequeño y sucio vestido, débil y desprotegida, rebuscando entre la inmundicia algo con que calmar el intenso dolor que el hambre le producía; afloraron  los sentimientos más nobles y sublimes, de amor,  protección y supervivencia que había sentido por alguien jamás, haciéndome  aborrecer con ganas este país artificial, y por sobre todo, a esta sociedad».
Cuando escuché sus palabras, su llanto y las razones por las que estaba en ese estado, no pude contener la ira que invadió mi ser...« ¿Por qué increíble razón pueden traer una niña o un niño, a este mundo, si no lo van a cuidar? ¿Qué terrible razón pueden tener unos padres para realizar la cruel hazaña de abandonar, a su suerte, a un niño o niña en la calle...?» deben ser unos enfermos. —pensé.
«Pero ahora estoy aquí, llenándome de contento y del amor más sincero, cada vez que puedo ver en sus ojos la alegría con la que me recibe diciéndome: “¿Iván, Iván qué me trajiste?” »
Con este fabuloso pensamiento y las luces rojas –encendidas- del vehículo delante de mí, detenido en la alcabala al finalizar la vía de la represa,  me di cuenta que había llegado a Mazmorras; detuve mi vehículo  para que los militares vestidos de camuflaje, pudieran observar el interior del vehículo y con un movimiento aprobatorio de sus rostros y manos, me conminaran a seguir.

El incesante calor apremiaba a esa hora del día–once de la mañana- y la humedad comenzaba a hacerse presente en mí cuerpo, con frágiles gotas que bajaban por mi frente y mis sienes; mientras que las intensas ganas de disipar la sequía en mi boca, con una cerveza bien fría, se acrecentaron en mí.

Continué conduciendo por la avenida principal  hasta llegar y girar en la pequeña redoma, que se distingue por un  aeroplano sobre un  tímido  y  reducido obelisco, para  incorporarme  a  la  avenida  que  lleva  por  nombre:“el número de una fecha muy importante en  este país” y que me llevaría directo al Centro Administrativo, acogedor  urbanismo en donde se encuentra ubicada “la Casa de Abrigo” donde reside –hasta ahora- el motivo más grande de mis alegrías… 
No conozco muy bien este pueblo convertido en pequeña ciudad, a  excepción de la dirección exacta de la casa de abrigo, un pequeño hotel de tres pisos, en donde me he quedado a pasar la noche algunas veces,  y la sede del circuito judicial en donde, las excelentísimas abogadas y –debo decir- amigas Katherine Villalobos e  Indira Aray Montaño, llevan el caso de adopción,  que me ha traído de vuelta por estos lares, desde hace tres años…
Mientras conducía, con la intensión de detenerme, comencé a tratar de ubicar entre los comercios y locales del lugar, un sitio seguro donde aparcar y poder  calmar mi sed, (los establecimientos en la avenida estaban bastante congestionados)  cuando un estrepitoso sonido, el del motor de una avioneta, volando muy bajo,  se dejo escuchar, estremeciendo mi vehículo y los demás a mi alrededor; tomándome por sorpresa,  al igual que la luz roja del semáforo (que marca los segundos antes de cada cambio de luz)  inteligente. -Después me enteré  que la avenida donde me encontraba, colinda de un lado con el pequeño aeropuerto desde donde salen y aterrizan estas naves, encargadas del riego de los sembradíos del lugar-
     Desde esta posición, pude divisar un local,  con un lugar donde poder aparcar. 


El extraordinario y colorido jardín, de exquisitas flores color lila, en diferentes tonalidades, fue lo que principalmente llamó mi atención. Inmediatamente el semáforo cambió el color de la luz, me dirigí al pequeño local comercial con los aparcaderos vacíos.
Una pequeña casa de seis metros de frente, aproximadamente. Con un extraordinario y colorido jardín que adorna muy bien la entrada al pequeño vestíbulo antes de entrar a la casa, donde están dispuestas varias mesas de manteles a cuadros blancos y rojos, tan ladeados, que sus esquinas colgaban visiblemente entre las patas de las mesas formando pequeñas “V”. En  medio y sobre ellas, unos vistosos floreros de vidrio con flores tomadas –seguro- del jardín anterior; no había muchas personas en el lugar y muchas de las sillas que acompañaban las mesas estaban vacías.
Al lado derecho de la entrada, después de las mesas, un extraordinario asador hecho de ladrillos, en donde por un lado una mujer extendía con un gran cucharon,  sobre una ennegrecida plancha de acero, una inmensa y redonda mezcla de maíz que a leguas se veía apetecible;  a su lado, un hombre hacia girar tres largas varas de madera, que tenían enrolladas grandes piezas de carne, sobre el más vivo y flameante fuego que producía la brasa ardiente en el encerrado horno bajo ellas. El agradable aroma a carne asada impregnaba muy bien el ambiente. El humo salía sin llamar la atención. Despedido, surcando hacia el inmenso cielo de estas hermosas tierras por la gran  chimenea de metal, que esta sobre el asador.
Tomé una de las sillas en la mesa más retirada del asador y cuando disponía a sentarme, el señor frente al asador, me dio la bienvenida, invitándome un plato con tres pequeños cortes que hizo a una de las carnes en el armazón, agradeciendo el gesto, le pedí -por favor- una botella de agua bien fría, para calmar mi sed.
 En el preciso momento que el hombre estaba de regreso colocando la botella de agua sobre la mesa…
La contagiosa melodía del tono de mi celular interrumpió las ganas que tenia de beber el agua de un solo sorbo.
♫ ♪♫  ♪ ♫♪  En un llano tan inmenso, tan inmenso como el cielo, voy a podar un jardín para que duerma tu cuerpo. En un mar espeso y ancho, más ancho que el universo, voy a construir barco para que navegue en el sueño. En un universo negro como el ébano más puro, voy a construir de blanco nuestro amor para el futuro, en una noche cerrada voy a detener el tiempo para soñar a tu lado que nuestro amor es eterno ♫ ♪ ♫  ♪♫ ♪  […].
— ¡Hola! Buenos días, ¿Iván? Soy Katherine ¿Cómo estás? ¿Ya estás en el pueblo? –dijo la voz al otro lado del teléfono.
— ¡Hola! Doctora, todo bien, si, si, ya estoy en el pueblo, acabo de llegar y me detuve a comprar agua. ¿Por qué, pasó algo? –Respondí mientras me apresuraba a sorber de la botella.
—No, no, nada, todo está bien, no te preocupes, tranquilo. Estoy en el Circuito Judicial, voy saliendo para la “Casa de Abrigo”. Ya Indira está allá, en este momento debe estar conversando con la Directora. Debe estar entregándole el dictamen final. Rebeca está muy emocionada –dijo la abogada con un tono tan agradable que solo se podía traducir en contento-Solo debes firmar unos documentos…
— ¡Si Doctora! Ya estoy por llegar. Yo hablé con Rebeca anoche después que usted me llamó  y lo único que repetía era “Que no iba a poder dormir, que quería que amaneciera rápido”. —Yo también estoy muy feliz Doctora.
— Lo sé Iván, créeme que lo sé y como siempre te dije: “El tiempo de Dios es Perfecto”. Come algo y quédate tranquilo, nos vemos en un rato.
—Está bien doctora. –respondí sin más miramientos, mientras mi mente se llenaba de recuerdos de la larga batalla judicial, librada durante estos tres años, para tener la guardia y custodia de Rebeca. «La niña de mis ojos»
Levantando mi mano hice señas a la mujer que se encontraba a un lado del asador, para que se acercara y pedirle una de esas fabulosas mezclas de maíz que tenía sobre la humeante plancha y que se veían tan provocativas; así como otra botella de agua. Instante en el que aproveché para preguntar por un baño donde lavarme las manos.
—Pase señor, al final, a mano derecha está un pasillo, la segunda puerta del lado izquierdo. –dijo la mujer señalando al interior del local.


No sé si estaba encandilado por la luz del día o el local adentro estaba poco iluminado. Adentro había más personas de las que creí; comían y danzaban felices, por la excelente interpretación de una hermosa mujer, que  ataviada con un inmenso traje de color naranja y motivos florales, con micrófono en mano entonaba una alegre tonada propia de estos llanos. 
Seguí las indicaciones de la mujer para llegar al pasillo, a la segunda puerta; de la que salí sin mayor contratiempo unos minutos después de lavarme las manos.
Cuando me dirigía nuevamente a mi mesa. Una tercera puerta, entreabierta, llamó poderosamente mi atención. Por la impresionante bulla y gritos que venían de adentro. No pude evitar asomarme. Un pequeño cuarto que fungía como casino, en donde muchas personas se encontraban realizando apuestas y consumiendo licor; había grandes cantidades de dinero en efectivo sobre las mesas.
En una de las mesas, un niño de unos once años de edad –aproximadamente- es quien dirige las apuestas. Al observarme entrar, elevó sus gritos y ofrendas de premios en las apuestas, como invitándome a participar. 


En una de las mesas, un niño de unos once años de edad –aproximadamente-  es quien dirige las apuestas. Al observarme entrar, elevó sus gritos y ofrendas de premios en las apuestas, como invitándome a participar.
Por unos segundos, los recuerdos de un pasado doloroso invadieron mi alma, hundiéndome rápido y sin respuesta alguna, en los sinfines más oscuros y olvidados de mi memoria. En donde las imágenes de un niño huérfano que luchaba por sobrevivir en un mundo perfecto, solo recibía la mayor de las indiferencias.
Debatiendo en mi interior sobre mis valores y lo aprendido a través de los años en esta vida. No me quedó más nada que huir, salir de esa pequeña habitación convertida en casino; con la mirada perdida, hurgando el suelo delante de mí, realizándome una serie de cuestionamientos que no podría descifrar jamás. Para dirigirme nuevamente a la mesa que está afuera del local.
Sentándome nuevamente a  la mesa donde había dejado la botella de agua, permanecí perdido, abstraído por unos instantes, disipando la vista en los vehículos que transitaban por el lugar y en la hermosa flor lila en el centro de la mesa; con mi dedo pulgar bajo mi barbilla, cerrando tres dedos frente a mis labios y el dedo índice apuntando mi sien, me seguía cuestionando por la terrible escena que acababa de ver.
«Acaso ¿no son los niños -y las futuras generaciones-  el motivo principal de la existencia, subsistencia y evolución de la humanidad? ¿Quién no podría decir que los niños y  niñas son  -por mucho- el grupo más noble e indefenso que existe y podemos encontrar en toda la faz de la tierra? Cuántas veces nos hemos topado con frases como: “No dejes morir al niño que hay en ti” o “Todos llevamos un niño por dentro”…  Es que la alegría y la inocencia que transmiten los ojos de una  niña o de un niño, al quitar las envolturas del regalo que encuentran a los pies de un mágico árbol de navidad ¿No son acaso suficientes para alegrar una vida?... De no haber sido por la maravillosas personas que me adoptaron ¿Qué habría sido de mi vida?  »

En ese preciso instante se acercó la mujer, sacándome de mi letargo, con el agradable y apetecible plato de comida que había solicitado antes y una nueva botellita de agua. Mientras comía  agradecía a Dios en silencio  por haber puesto en mi camino  las maravillosas personas que  me criaron.
Al terminar pedí amablemente a la señora que se acercara, para agradecer por la esmerada atención y por tan buena comida. Aprovechando a pedir tres platillos, completamente iguales, para llevar. (Quería que Rebeca y mis –amigas- abogadas, probaran tan suculento mezcla de sabores, de la cual creo, deben estar acostumbradas) 
Luego de unos minutos, tomé las bolsas plásticas, que la señora había dispuesto, con los platillos para llevar. Me dirigí a mi vehículo, aparcado frente al local; ¡lo veía muy bien! desde la silla donde me encontraba.
Una vez adentro del vehículo. Observando a la señora que me había atendido, abrí nuevamente la puerta y salí rápidamente, para dirigirme a ella.
—Señora, discúlpeme la molestia, yo sé que es un abuso de mi parte lo que le voy a decir. Pero, ¿usted cree que pueda regalarme o venderme una de esas hermosas flores que crecen en su jardín?
La mujer me miró, frunciendo el ceño y luego elevando sus cejas, por la pregunta que acababa de oír, mientras envolvía sus manos en el delantal que traía puesto para con una leve sonrisa decir:
—Ah, sí señor, no se preocupe, deme un minuto. Ya busco una tijera y le corto una. ¡Para que se la lleve a su amada!
— ¡Ah! No, no señora, no es para mi amada. Es para mi hija… mi hija adoptiva, una hermosa niña de diez años, que por fin, el día de hoy, el tribunal aceptó entregarme en custodia.
— ¡Ah pues! entonces le cortaré una de las más grandes y de las más hermosas que crecen en este jardín. –Dijo la mujer, con una agradable sonrisa, mostrando su amabilidad  Para que cuando esa niña lo vea llegar con esa flor, salte de la emoción.
— ¡Gracias señora! En verdad, se lo agradezco. […]
Saciada mi sed. Con el estómago lleno. Comida, para no llegar con las manos vacías y la hermosísima flor lila a mi lado. Me encontré nuevamente transitando  por la pequeña avenida; ansioso, contento por el cambio tan grande que se avecinaba en mi vida, aunque también un poco ofuscado por: 

“La infancia pérdida,
De aquel niño en esa taguara,
Gritando frente a una mesa,
Donde juegan azar”.

Sin darme cuenta, absorto en mis pensamientos y por inercia, llegué a la casa de abrigo. Donde una amable mujer, que vestida de sotana sirve muy bien a Dios, me dio la bienvenida; guiándome por los pasillos de la casa hasta llegar a la oficina de la directora. Encontrándola acompañada de las abogadas y por Rebeca, que al verme, corrió y de un salto se encaramó en mi cuello, para con un beso en la mejilla y un grito en el oído, saludarme haciendo su pregunta habitual: “Iván, Iván, ¿qué me trajiste?”
Con la alegría que embarga el momento, le propine un beso en la frente y le entregue la hermosa flor que ocultaba a mi espalda, la cual, acepto con infinita bondad, sumiendo sus ojos en la fragilidad del encanto de su color. -A pesar de ser de estas tierras, jamás había visto esa flor, eso me dijo después.
Luego de saludar a las doctoras y a la señora directora, firmé los documentos y  sellé así el odioso y triste pasado de esa niña, abriendo una nueva oportunidad en la vida, para ella,  para Irene y para mí también. (…)

***

—Wow Iván, que historia tan buena, aunque un poco triste. Ahora, puedo entender muchas cosas, como cuando se desaparecían sin avisar, cuando no asistían al círculo o cuando hacían esos viajes inesperados y tu Irene, ¿debes estar muy contenta?
—Súper, súper contenta Talyuno, no sabes de verdad lo feliz que estoy, o que estamos, para nosotros es un sueño hecho realidad, ni te imaginas por todo lo que hemos pasado.
—Claro que no amiga, aunque sí puedo decir, gracias a Dios por ustedes y por esa niña, que ahora está durmiendo, ambos son maravillosos y sé que serán excelentes padres.
—Gracias Talyuno.Y si te conté la historia de cómo es que Rebeca llegó a nuestras vidas, es porque, entiendo que escribes y me gustaría que escribieras algo.
—Claro Iván, claro que la escribiré, aunque, te digo honestamente,  tendré que omitir ciertas cosas, pero sí, sí que la escribiré. Y debo ser franco, hay algo que todavía me da vueltas en la cabeza y me dejó muy pensativo. Es la situación con el muchacho, el niño del casino ilegal, conociéndote como te conozco y sabiendo bien quien eres y a que te dedicas, me parece un poco extraño que no hayas procedido a hacer nada en ese asunto.
—Ahh, hermano mío, parece que no me conoces bien, claro que voy a proceder en ese caso, de hecho, ya tengo gente montada en eso. Pero no te lo puedo adelantar, eso es material para otra historia. […]



*Esta es una historia real, de las que ocurren aquí, en esta Ciudad Ficticia.

©copyright-2016-talyuno




Gracias por leerme. 
Gracias por leer Las Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cuídate y cuida de tus amig@s y familiares, que
Esta ciudad es ficticia, la tuya es real…
Feliz navidad y Prospero Año nuevo 2017
¡¡Que Dios te Bendiga. !!

                                                            

Secuestro Express (Completa)


Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.

Esperábamos con ansia, un magnífico fin de semana, los integrantes del círculo habíamos quedado de acuerdo, en hacer un viaje sobre ruedas hasta las costas del golfo triste, las expectativas entre los amigos y amigas del círculo, eran muy grandes,  y gratas. Estábamos ansiosos por  tomar nuestros cascos, unas pocas mudas de ropa, trajes de baño, chaquetas, pantalones  y  botas  protectoras para montar nuestros caballos de hierro rodantes. Recorrer el camino sin ninguna clase de apuro y conducir hasta donde la ruta nos lo permitiera.  Siempre disfrutábamos de estas reuniones, de nuestras motocicletas y de nuestra libertad… Teníamos tiempo sin hacerlo y de verdad,  nos hacía falta…  
Llego el día esperado y el ronquido de los motores, así lo demostraba…
Cinco de la mañana, acostados en la cama y entre las sábanas  blancas de algodón John se estrujaba los ojos, tratando de incorporarse. Observó al techo de la habitación y por unos instantes se perdió entre sus pensamientos,  estaba emocionado por el misterio de la aventura que les aguardaba.  Posó un brazo por encima de la almohada, rodeando a  Ana –su novia- que permanecía dormida. Con el otro brazo, pasándolo por debajo de las sabanas  le dedicó una tierna caricia con la parte externa de sus dedos, primero la espalda desnuda, luego el costado, la parte posterior y delantera del brazo, hasta llegar a rozar la parte baja del seno, para volver nueva y lentamente a la espalda. La  reacción de Ana, se notó en su piel erizada instintivamente, despertó y con un tierno movimiento estiró sus piernas y brazos, volteándose para hacer frente al hombre que le propinaba tan tierna caricia. Lo miró a los ojos besándolo en los labios, para  susurrarle gracias, por la manera tan tierna de despertarle.
—Mmmmm, buenos días mi amor… ¿Cómo dormiste?  –preguntó Jhon, a su amada, mientras la rodeaba entre sus brazos.
—Mmm, bien mi amor, descansé espléndidamente. ¿Y tú?
—Ah, no dormí muy bien, creo que la ansiedad  por el viaje, no me permitió conciliar el sueño. Estuve toda la noche imaginando esa gran aventura que nos espera y me fue difícil dormir.  Talyuno y los demás, me han hablado y contado tantas cosas de los viajes que han hecho,  y  lo emocionante que es viajar en motocicleta,  que no deje de pensar en eso, casi toda la noche.  Dijo John -bastante emocionado- a su bella novia Ana.
— ¿Pero te sientes bien? ¿Lograste descansar? Si no te sientes bien, no vamos, sabes bien que tienes que tener tus cinco sentidos en esto… -decía Ana- y John un poco frustrado, alzando a penas la voz y alejando la mano del cuerpo de Ana,  la interrumpió diciendo.
— ¡Por supuesto que no!, claro que vamos, desde que adquirimos la motocicleta y nos unimos a este círculo solo hemos esperado por este momento, y por algo tu eres mi copiloto,  si hace falta que conduzcas, lo harás, para eso hemos entrenado bastante y ya estamos preparados,  además a ti también te tocará conducir un buen tramo, eso nos dijeron…, que las mujeres también conducen, rodeándola nuevamente con su brazo…
—Claro, pero si te sientes cansado es muy peligroso, serán varias horas de carretera.
—No te preocupes, que todo estará bien. Dijo John con insistencia, y besándola en los labios la tranquilizó de inmediato.
—Okey, está bien,  ven vamos a bañarnos, lo invitó Ana, levantándose de la cama.[…]



Mi amooor ¿Ya estás lista? ¡Vámonos!  Gritaba John, un tanto impaciente, mientras bajaba las escaleras internas que comunican los dos pisos del departamento, dirigiéndose hacia la puerta principal  -exclamó- Te espero afuera, voy calentando la motocicleta.  ¡Apúrate…!
 —Ya, ya estoy lista –gritó, Ana- saliendo de la habitación.
Vestía impecablemente para la ocasión. Chaqueta de piel negra, que compró  días antes,  para sorprender  a John. Pantalón jeans color oscuro, que se ajustaba -muy bien-  al cuerpo,  exponiendo las curvas de su anatomía y destacando sus largas y educadas piernas. Botas de cuero y tacón negros, que hacían un juego perfecto con la chaqueta. El cabello suelto le caía cual cascada dorada por la espalda. Gafas para el sol ocultaban sus ojos.
John, sentado sobre la motocicleta, no pudo esconder la emoción que sintió al verla. Sus ojos brillaron, como estrellas en el firmamento. Ana, lo había impresionado, como el día que la conoció (…)  dejo escapar un suspiro y delicadamente  le acercó la  mano al  rostro. Subió las gafas y descubrió sus redondos ojos color miel, mirándola fijamente le dijo:
— ¡Estas hermosa…!  -Ana le respondió con una sonrisa y lo besó, para subirse a la motocicleta y con sus brazos rodear la cintura de John  diciendo:
          —Vámonos es hora de comenzar la aventura…
         Pasadas las cinco con cuarenta minutos de la mañana, estaban a tiempo para llegar al lugar acordado, donde se reunirían a las seis, para comenzar la travesía… La estación de servicio CFPA, en la frontera de este estado. Veintisiete kilómetros de distancia desde su residencia  -marcados, en el tacómetro de la motocicleta-  y cuando llegaron aun no eran las seis. En el lugar estaban catorce personas, siete motocicletas. Carlos, Ángel, David, Manuel, “Chuito”,  Melvin,  la Nena, Mariana, Nelyire, Aurys, Yuraima y otras…  para completar las catorce.  John y Ana, se acercaron saludando con los buenos días a todos.
         Maravillosas muestras de amistad, solidaridad y compañerismo…  besos,  abrazos, estrechones de manos, bromas y risas,  como si hubiesen sido días o meses desde que no se veían... Habían sido apenas horas -el día anterior- cuando  juntos ultimaron  detalles para esta salida….  John se retiro a equipar el combustible. Ana -junto a otras mujeres-  entró al establecimiento de la estación para comprar provisiones para desayunar y para el camino…
         Muchos otros llegaban, saludando con el característico sonido de sus motores en “V” y los escapes de sus motocicletas; colmaron el estacionamiento de la estación de servicio en minutos… las pocas personas que transitaban en sus coches y llegaban a equipar combustible a esa hora, miraban asombrados, sorprendidos, quizás con preocupación o quizás asustados; unos que otros jóvenes, miraban con agrado, como si quisieran ser parte de esa maravillosa aventura…

         Algunos fueron a equipar combustible, otros a comprar suministros…  en cuestión de minutos, ya estaban todas, Veintiocho motocicletas  iniciando la salida y el recorrido. Iván partió de líder, seguido por Jhonny, Ramón y el resto de la manada. –o parvada, podría decir, libres para surcar los cielos…- John, salió entre los últimos, su condición de nuevo integrante del círculo no le permitía salir entre los primeros.

         El plan es rodar doscientos cincuenta kilómetros, hasta la costa; las maravillosas playas nor-occidentales de este país artificial,  específicamente hacia el golfo triste...
         Un sol maravilloso -siete de la mañana-  saludaba, brillante con inigualable esplendor, la brisa fresca de la mañana, en  la cara, en los brazos, el cuerpo, presagiaban un excelente fin de semana. La marcha era lenta –para ir en motocicleta-  no excedía los ochenta kilómetros por hora,  con la intención de poder apreciar los paisajes y disfrutar del viaje. Las motocicletas ocupaban todo el ancho del canal de la autopista; los conductores de vehículos al verles acercarse, cedían el paso sin ningún contratiempo. John, se sentía extasiado… Iván, el líder del grupo de momentos reducía la marcha, permitiendo que lo adelantaran, se ubicaba al lado de John, y con las manos le hacía señas, preguntándole ¿cómo se sentía? John, levantaba el pulgar,  mostrando su satisfacción y alegría. (…)
         Diez y veinte minutos de la mañana, después de dos paradas para descansar y equipar combustible, estaban haciendo entrada por la calle principal de un pequeño pero muy agraciado pueblo, que tiene la bondad de servir de preámbulo para estas playas; donde habitan personas muy serviciales que conviven y sobreviven a diario con el llegar de cientos de turistas de diferentes regiones y lugares, de este país artificial y del mundo; en estas tierras bajo la inmensa e inagotable fuente de calor que es el sol.
         Se detuvieron en la plaza central del pueblo, a unas pocas cuadras de la entrada a las playas, que en realidad es un cayo, por el que se accede a través de un elevado puente.  El calor arreciaba.  John y Ana   -en realidad todos- se habían despojado de cascos y chaquetas mientras esperaban, a quienes fueron por agua, hielo, frutas, refrescos, comidas y licores, para retirarse a las playas…
         El día fue intenso, competencias, risas, tragos, bromas, caminatas, concursos, bailes, tambores, deportes y sobretodo sol, arena y mar.
         Pasadas las seis de la tarde, Ana no se sentía bien, al parecer el sol le había hecho daño, o quizás quería estar a solas con John. Se dirigieron a los líderes del círculo diciéndoles que cruzarían el elevado puente hasta el pueblo, para buscar una farmacia y una posada donde pasar la noche, pondrían a cargar los celulares y estarían al tanto de cualquier llamado -no fueron los únicos- otras parejas hicieron igual.
         Cruzaron el elevado puente y en cuestión de minutos estaban recorriendo las calles del pueblo, de posada en posada, sin encontrar en donde pasar la noche. Preguntaron a un señor mayor, que divisaron en la calle, por una posada y una farmacia.   El buen señor, muy amable les explico:    
         —Ay mijo, conseguir posada a esta hora está un poco difícil, con ese festival de motorizados que hay en el pueblo, las posadas están full desde hace días, pero siga esta calle derecho hasta llegar a la esquina, luego cruza a la derecha dos cuadras hasta la calle Urbaneja, por ahí se va derechito hacia la izquierda, a mitad de calle, del lado izquierdo esta una casa de dos pisos, ahí alquilan habitaciones, pregunte a ver.
         Y para la farmacia, tiene que salir del pueblo, en la avenida principal, como si fuera al siguiente pueblo ahí está una grandota, que vende de todo, si la señorita se siente mal, cómprele suero y beba mucha agua mi hija, eso es el sol, que la hizo sentir mal… vayan busque primero la habitación y después vaya a la farmacia.
         —Gracias señor.  -Fueron las palabras de John.
          Encendió la motocicleta. -que había apagado mientras el hombre le hablaba- Y se dirigieron a la dirección indicada por este, con suerte al llegar consiguieron arrendar una habitación, con el pequeño percance que esta casa no poseía estacionamiento para aparcar la motocicleta esa noche. Un pequeño problema, que tendría que resolver después.
         Una vez en la habitación; una pequeña habitación pintada con un color claro -salmón podría decir- paredes y pisos limpios, una cama matrimonial -hecha totalmente de concreto-  encima un gran colchón, que a leguas se veía cómodo, sabanas que se notaba y despedían aroma a estar limpias, un pequeño televisor en base aérea, al lado una ventana, que daba hacia el frente de la casa,  con cortinas color crema y en la pared del frente, el cuarto de baño, que también estaba muy limpio. 
         —Ana, quédate aquí, date una ducha y descansa, voy a la farmacia y por algo de comida.
         —No vayas a tardar, no quiero estar aquí sola.
         —No te preocupes, ya regreso, toma –entregando el celular- pon a cargar el teléfono por favor… ya vengo.


         John salió de la habitación, caminó  un estrecho y largo pasillo hasta llegar a la escalera en forma de ele, por donde había subido antes, descendió por ella llegando a una amplia y bien iluminada sala, que desde el techo le colgaba -bien centrada- una lámpara de vidrio o cristal, que distribuía muy bien la claridad en todo el espacio; bajo  ella, unos viejos muebles verdes, que hacían juego con dos butacas pequeñas y de igual color, favorecidos con una pequeña mesa de madera y vidrio entre ellos; sobre la cual, reposaban  varias revistas de marinas… y algunos periódicos viejos. En la pared frente a ellos, al lado de la puerta de entrada, un televisor enmarcado. En el mueble –más grande- un niño, que no había notado antes, cuando ingresó; sería el estupor del momento, la algarabía que sintió al encontrar un refugio para esa noche, o quizás  no estaba allí… tumbado en el mueble, el niño –ensimismado- observaba dibujos animados en la televisión, se podía notar la alegría y el entusiasmo en sus ojos, por lo que estaba mirando, no notó la presencia del extraño.
         Hacia el otro lado, dos puertas de madera cerradas, lo que lo hizo suponer habitaciones, hacia la esquina interna, la barra de un bar de madera de roble pulida…  Se detuvo frente a esta, buscando con los ojos, a la mujer que le había atendido antes, no había nadie, la persona que le dio el ingreso no estaba, observó al niño, y no le quedó otra, que traerlo de regreso, sacándolo del trance en el cual se encontraba inmerso.
         —Niño ¿y la señora?  -preguntó John-
         —Aahh.
         —La señora… ¿tu mamá?
         —Está afuera señor.
         Gracias niño. –Dijo John- retirándose hacia la puerta, que se encontraba abierta, observación que sorprendió a John,  ya que en su Ciudad Ficticia, en este, su País Artificial que la puerta principal de una vivienda permanezca abierta pasada las ocho  y media de la noche,  es imposible…  no es un hotel, ni una posada, es una vivienda familiar, donde en ocasiones, rentan habitaciones a turistas… 
         John se acercó a la mujer, solicitándole ayuda, para lograr ubicar la farmacia con mayor facilidad y preguntarle por un sitio –estacionamiento- donde poder guardar la motocicleta esa noche, quien amablemente le explicó,  y dijo.
          —Déjeme hablar con Mireya –una vecina- a ver si puede guardarla allí esta noche. 
         María –gritó- la señora hacia dentro de la casa, y una de las puertas de madera se abrió, saliendo de allí una joven muchacha, morena de cabello negro, con una enorme barriga, por estar embarazada.
         — ¿Qué Mamá…?
         —Mi`ja, llama a Mireya  y pregúntele si puede guardar una moto allí esta noche, por favor. 
         —Voy  mamá, en un minuto… 
         —Gracias señora. –Dijo John
         —Vaya mi`jo, cuando venga, vemos si guarda la moto en casa e` Mireya o en otro lado no se preocupe por eso…
         John, haciendo caso a la mujer, subió a la motocicleta dirigiéndose en el sentido que ella señaló.
          La noche estaba oscura, la calle iluminada tenuemente por las luces naranja de farolas –excesivamente- altas a ambos lados, verdaderamente distanciadas permitían apreciar la claridad de las luces blancas de la motocicleta de John y el sonido del motor se escuchaba con igual claridad, alejándose, alcanzó  el final de la calle, se pudo distinguir con precisión las luces de la motocicleta girando y desapareciendo a la izquierda. Esta es una de las últimas calles o veredas internas del pueblo. –John- se ubico rápidamente en la principal, salió a la vía, en dirección al siguiente pueblo, a buscar la farmacia…
         En menos de media hora, por la misma esquina se escuchó nuevamente el sonido del motor de la motocicleta y las luces blancas iluminaron la calle.  -John, estaba de regreso-. Encontró a Ana y a la mujer afuera de la casa -en el mismo lugar en donde antes la había dejado- sentadas en sillas de mimbre,  conversando simplemente y de lo más natural. 
         —Mi amor. ¿Por qué tardaste tanto? –Dijo Ana-         
         —Tuve que esperar por la comida. ¿Cómo te sientes?
         —Bien, bien, pero tengo calor y siento el cuerpo hirviendo.
         —¿Tendrás fiebre? –Pregunto John-
         —No, mi amor la señora me prestó un termómetro, no tengo fiebre. Afirmó Ana, mirando a la señora, quien aprobó con un movimiento de cabeza. 
         — ¡Señor! ya hablamos para que guarde la moto,  ¡si la van aguardar! ¿Podríamos ir de una vez? Antes que se haga más tarde y se acuesten a dormir; eso no es un estacionamiento, es la casa del suegro de mi hija, allí siempre se duermen temprano.
         —Si señora, vamos de una vez… Toma mi amor. Extendiéndole a Ana, la bolsa cargada  con lo comprado para comer y beber, al igual que la de la farmacia  -cremas frías hidratantes y suero oral-   Venga señora, súbase… -dijo John-
         —No mi`jo, ¡yo no subo a esa cosa! y me disculpa, pero no me gustan las motos… si usted quiere se adelanta, yo voy caminando, es en la calle de atrás más o menos a esta misma altura, una casa rosada… que tiene un portón azul.
         —No se preocupe señora, yo voy a su lado. –Respondió John-
         —Voy con ustedes. –Sugirió Ana, de inmediato-.
         La mujer guardó las sillas en el pequeño porche principal de la casa, cerró la reja de afuera, dejando abierta la puerta -cualquier persona que por allí caminara, fácilmente podría mirar hacia dentro de la casa-  los tres se fueron caminando juntos. John empujaba la motocicleta –apagada- mientras las dos mujeres conversaban; en unos minutos estaban frente al portón de la casa rosada;  la señora  llamaba con fuerza “Mireya” “Mireya”…   desde adentro se escuchó la voz de una mujer responder.
         —Ahí voy, ahí  voy… ya escuché…
         Inmediatamente el portón de la casa se abrió, una mujer de mediana estatura y avanzada edad saludo a la mujer, a John y a Ana…  luego de acordar y pagar una  cantidad de simples (moneda oficial de este País Artificial) lo invitó a pasar la motocicleta y estacionarla en  frente de un vehículo de los años setenta que allí se encontraba.
         Dejando la motocicleta, se despidieron de la señora y se retiraron, caminando los tres por el mismo lugar,  por donde habían venido antes…  
         De nuevo en la casa de la mujer -John y Ana-  se retiraron a la habitación, aunque la mujer –amablemente- le concedía comer en la mesa, a lo que John se excusó, aludiendo estar cansado y querer ducharse…

       Sentados a la orilla de la cama –ya duchados- con el televisor encendido, sin prestarle mucha atención, comían y conversaban sobre lo fantástico que les había resultado el día, el recorrido en la motocicleta, los distintos paisajes, las exhibiciones, las competencias, las increíbles y cristalinas aguas de estas playas y sobre todo la excelente hospitalidad que brinda esta gente a los turistas...
         —Mi amor ¿ves esta casa? Esta era la habitación  del hijo mayor de la señora,  que se casó  y se mudo a otro estado, ellos la acondicionaron, para rentarla a parejas que no consiguen posada; aquí vive con su esposo, sus dos hijos –la muchacha y el niño-  y su yerno, el esposo y el yerno de la señora son marineros y ahorita están en alta mar...
         —Ósea que ahorita están solos ellos tres. –Dijo John- Menos mal que aquí no es tan peligroso, como en nuestra Ciudad Ficticia… Y con razón la señora es tan conversadora…
         —Si, bueno con nosotros, ella me estaba contando que aparte de ayudarlos un poco –económicamente- también les hacemos compañía;  me hablo muchas cosas, sobre el pueblo, su historia y otras tantas mas; y la muchacha también conversó un rato conmigo, me dijo que tenía treinta y siete semanas de embarazo,  que va a tener varón y su esposo está trabajando muy duro, para también salir y mudarse del pueblo, inclusive me ofreció conserva de coco, me comí una, no quise despreciarla, me parecen  buenas personas. 
         John, respondió a Ana, afirmando que a él, también le parecían buenas personas...  y se levanto de cama, recogiendo los envase de comida –vacíos-  y depositándolos en la papelera en el cuarto de baño, se aseo y cedió el lugar a Ana, quien lo seguía.  Apagó la luz de la habitación y se acostó en la cama -medio- observando la televisión. Ana, salió del cuarto de baño y preguntó a John si estaba cansado, si tenía sueño, como para que le aplicara en el cuerpo un poco de crema fría…  proposición que no rechazó, ni dudó por un segundo.
         Ana se quitó la franela, dejando sus pechos –desnudos- a la vista de John y se acostó boca abajo en la cama... John, se arrodilló a un lado de ella, le aplicó un poco de crema en la espalda y con sus firmes manos comenzó  a frotarla, con seguridad y delicadeza, en círculos, arriba, abajo, a los lados, primero un costado y luego en el otro, así continuó por varios minutos. Ana, se sentía complacida, con los ojos cerrados, se centraba en sentir las manos y dedos de su amante, recorriendo su espalda, su cuello, sus brazos…  en ese preciso momento, sintió cuando John, le bajó el pantalón del pijama, descubriendo que no llevaba ropa interior; ella lo dejó seguir, no dijo nada, con un ágil movimiento lo ayudó; de inmediato sintió la crema fría sobre la parte alta de sus glúteos, sensación que le hizo realizar un pequeño movimiento de salto y reír,  para nuevamente sentir las cálidas y firmes manos de John, acariciando sus glúteos, la parte trasera de los muslos y las finas piernas completas, hasta llegar a los pies…  Ana se volteó enseguida, disfrutando la emoción que estaba sintiendo, tomó la crema y se aplicó  una línea completa en el pecho, desde la separación de los senos hasta más arriba del ombligo.  John, le acarició  suavemente los senos, esparciendo la crema  entre ellos, la barriga y el vientre, entre sus manos tomó una de las piernas, levantándola un poco para  poder frotar con la crema, ambos lados de ellas.

         Ana, abrió los ojos y mirando fijamente a John le extendió los brazos  invitándolo a acercarse, quien  aceptó gustosamente, para en un sin igual momento de atracción y deseo besarla. Y –después- complementar sus cuerpos y almas, en una extraordinaria noche de pasión…    



            El incandescente sol abrazaba la mañana,  ya la noche había terminado y los jóvenes amantes seguían acostados, regocijados entre los brazos de Morfeo, después de una incesante noche de pasión, estaban exhaustos y no se percataban del rebullicio fuera de la habitación…   hasta que el –fuerte- ruido  de alguien llamando a la puerta los despertó…
         —Señor John, señor John,  discúlpeme que lo moleste, mi hija tiene un fuerte dolor y necesitamos llevarla al centro médico ¿usted podría ayudarnos?  -dijo- la mujer, un tanto desesperada.
         — ¡Claro, claro! voy, pero ¿cómo hacemos? ¿Qué necesita? –Dijo John-
         —Por favor vaya allá, a donde guardó la moto, la comadre me va prestar el carro, para llevar a María…  vaya rápido por favor.
         Inmediatamente –John- salió en pantuflas –casi corriendo- a buscar el vehículo, regresando en minutos y sin apagarlo, aparcó frente a la casa, para que abordaran la mujer, María, el niño y Ana.
         En la cara de María se podía notar el sufrimiento; con una mano en sus caderas,  la otra en el vientre, su rostro humedecido en lágrimas, no podía ni hablar, hacía terribles gestos, y llantos que manifestaban lo que estaba sintiendo. Por momentos levantaba la vista -al techo interior del vehículo- como implorándole a Dios, que detuviera ese dolor… con las instrucciones de la mujer, en pocos instantes llegaron al centro médico; entre Ana y la mujer llevaron a María, a la sala de emergencias. John, permaneció con el niño en el auto por unos minutos, para dirigirse después, a la sala de espera donde encontró a Ana.
         Esperaron por unos minutos –media hora, más o menos- y de pronto, aproximándose por el pasillo hacia la sala de espera, se dejó ver María, venia caminando despacio, tranquila y serena, sin muestras de ningún dolor, relajada y quizás un poco apenada… en compañía de su madre, que de inmediato agradeció -a John-  por la ayuda prestada y le pidió devolverles a casa.
         John y Ana, se miraron –sorprendidos- entre ellos no entendían lo que sucedía, y como después de ver a María, gritar y llorar de dolor aun continuara embarazada…
         Durante el trayecto de regreso, la mujer no paraba de hablar. Y agradeciendo a Ana y a John, les explicó lo que sucedió.
         —Ay señor, que pena con ustedes, y de verdad gracias por colaborarnos, ¿ustedes pensaban que mi hija estaba pariendo? Yo también lo creí al comienzo, hasta que ella me dijo que no había podido ir al baño desde hace varios días,  -es que ella es estíticas-  y como ayer se puso a comer conservas de coco… se tapó…  complicada con el embarazo, no podía tomar laxantes…    el doctor, la mando a comer mucha fibra;  y nada de conservas coco…
         Bromearon y rieron todo el trayecto hasta llegar nuevamente a la casa, la mujer les preparó un suculento desayuno, mientras recogían sus pertenencias… luego de comer, se despidieron de María y del niño, para abordar el vehículo en compañía de la mujer y devolverlo a la casa de Mireya, en donde está  aparcada, la motocicleta…
        

         El cielo despejado y sin nubes permitía que los incesantes rayos del sol se sintieran en su máxima expresión, siendo las nueve de la mañana –pasadas- el calor hacia mella entre las personas que no están acostumbradas a estas temperaturas.  -John y Ana- recibiendo la brisa fresca de la costa, abordo de la motocicleta, nuevamente cruzaban el elevado puente con dirección a las playas, buscando a los miembros del círculo, las motocicletas y el alboroto… primero divisaron a Carlos, quien les dijo en donde estaban Iván, Aurys, “Chuito”,  La Nena y los demás… no les fue difícil encontrarlos y al llegar se dieron cuenta, que quienes permanecieron allí la noche entera se encontraban desgastados, sin fuerzas, sin ánimos; mientras que algunos conservaban el ánimo, igual que el día anterior.
         Ana -más precavida que ayer- intuitivamente buscó las sombras, que nos obsequia la vegetación de estos hermosos paisajes, sin exponerse tanto a los rayos del sol…   disfrutaron el día como nunca antes.  Cuando llegaron las cuatro de la tarde, las exhibiciones, competencias, acrobacias y piruetas habían terminado y muchos pensaban en abandonar su –apacible- vida diaria, para caminar errantes, junto a la orilla del mar...
         Por sobre el elevado puente que comunica el gran cayo con el pueblo, cruzaban cientos de motociclistas, que habían hecho presencia en el festival, desde todas las regiones y lugares de este País Artificial... Colmaron el pequeño pueblo en minutos, con sus increíbles caballos de acero desfilaron al compás del rugido de sus motores.
         El sol comenzaba a sumergirse en las recónditas aguas, de la inmensidad del mar, obsequiando una majestuosidad de colores en el cielo, que jamás podrán olvidar. Despedirse de esas tierras, fue algo verdaderamente difícil. -Dos días maravillosos… compartiendo con muchas personas, de diferentes círculos motoristas de este País Artificial-…. 

         El punto de encuentro seria, la estación de combustible en las afueras del pueblo… John, Ana y los demás, estuvieron listos, en el lugar, para comenzar el recorrido de regreso a esta, nuestra ciudad.  Después de abrazos, estrechones de manos y besos. Iván volvió a comandar la salida…
         La oscuridad había llegado. –John, Ana y los demás- recorrieron sin cesar las vías de regreso, deteniéndose tan solo una vez durante el trayecto, ansiosos por llegar a sus hogares en esta Ciudad Ficticia.  Luego de tres horas, nuevamente estaban en el mismo lugar, donde el día anterior habían iniciado la aventura. La estación de servicio CFPA, en la frontera de este estado, a veintisiete kilómetros de distancia de su hogar.



            El cansancio estaba presente entre los miembros del círculo, algunas mujeres llegaron a la estación de servicio conduciendo las motocicletas de sus parejas…  Una vez, en la estación de servicio CFPA, se podía notar el agotamiento y el desgaste físico, aunque mucha alegría y emoción por la actividad culminada.
         Luego,  por ser horas de la noche no quedaba mucho tiempo para despedidas, los motociclistas salieron en diferentes direcciones, cada uno buscando su hogar.
          John,  -preguntó- a Ana ¿si ella quería conducir...? Quien afirmó con seguridad, que sí.  Y sentándose tras el volante, encendió la motocicleta  sin dudar.
         — ¡Vámonos mi amor!, estoy muy cansada y mañana hay que trabajar. –Dijo- Ana, despidiéndose del resto que aguardaban en el lugar.
         John, levantó uno de sus brazos, en señal de agradecimiento hacia el resto del grupo, y se despidió, para subir a la motocicleta abrazando a Ana, que de inmediato salió de la estación de servicio, incorporándose a la autopista sin titubear. Uno a uno adelantaba vehículos, sin siquiera parpadear.
           John, se sentía cómodo, por la seguridad con la que Ana conducía.
         Después de medio trayecto, a la salida de un largo túnel, en un punto estratégico del sobre ancho de la autopista, exactamente bajo un iluminado faro, pudieron divisar el punto de control,  de algún cuerpo de seguridad de este País Artificial.
         Los conductores de vehículos aminoraban la marcha, ya que el punto de control permitía –libre- solo un canal de la vía y se hacía bastante lento en transitar.  Ana, redujo la velocidad y continuó por unos instantes. Al llegar al punto de control, pudieron notar que todos los gendarmes, tenían el rostro cubierto con máscaras negras, que solo permitían ver sus ojos y portaban –potentes- armas largas.
         Uno de los gendarmes de inmediato le hizo señas,  dándoles  la orden de detenerse a un lado  y apagar la motocicleta... 
         —Buenas noches, carné de identificación, permiso para conducir, título de propiedad del vehículo y seguro de accidente a terceros…
         De inmediato John, sacó de la billetera entre su bolsillo todos los carnés, que le solicitaba el gendarme.
         — ¿Los papeles de la señorita?  Ana -de inmediato- entregó la identificación.
         — ¿La señorita no tiene el carné del permiso para conducir?
         —No señor. –Respondió John.
         Okey, esperen ahí  -dijo el gendarme-  guardando todos los carnés recibidos en uno de los bolsillos de su uniforme, les dio la espalda, dirigiéndose a hablar con uno de sus compañeros y dejándolos allí por un rato.
         Ana le pidió a John, que llamara por teléfono a Iván -el líder del círculo- que por ser autoridad -en otro cuerpo de seguridad, de esta Ciudad Ficticia- podría asesorarlos,  pero fue infructuoso el intento, ninguno de los teléfonos celulares, tenía batería… y se dirigió al gendarme que tenía los documentos -el cual no había dejado de seguir con la vista, para tener muy bien ubicado-  a preguntar los motivos por el cual los tenían allí. 
         —Señor disculpe, podría decirme ¿por qué estamos aquí y por qué no nos dejan continuar?
         —Lo que pasa señor, es que la señorita cometió una infracción al venir manejando sin el permiso correspondiente.
         —Okey, bueno, sí ese es el caso, entonces su deber es colocarnos la multa y dejarnos continuar…
         —Sí señor,  ya se la vamos a colocar, pero tendrán que acompañarnos a la estación, ya que aquí no tenemos las boletas ¡están en el comando…! Espere ahí que ya nos vamos…
         —Mi amor ¿Qué te dijo el hombre? –Preguntó Ana- 
         —Que esperáramos un momento que ya nos vamos, debemos acompañarlos al comando, para que me impongan una multa y listo, tranquila.  

         Luego de unos minutos los ocho gendarmes con los rostros cubiertos y potentes armas largas, se dividieron en dos grupos, seis de ellos abordaron dos vehículos negros -aparentemente blindados- que estaban en el lugar, los otros dos sujetos subieron a una motocicleta y les dieron la orden a John de seguir los vehículos. Estos dos hombres marchaban tras John, como si –por un momento- quisieran que se alejara del vehículo.

         Recorrieron unos cuantos kilómetros por la transitada autopista, pasando unas y otras salidas, incluyendo la que lo dirigía a su hogar… los vehículos se orillaron a un lado de la vía, uno de los hombres bajó,  abordando el segundo,  que de inmediato se retiró del lugar.
         Los hombres en la motocicleta permanecían a un lado de John,  el segundo de ellos, los apuntaba con su amenazante arma de fuego…   los hombres que habían quedado en el primer vehículo, bajaron de este, acercándose a John y a Ana. Que bajo coacción, con  sus armas de fuego, los obligaron a descender de la motocicleta y abordar el vehículo…  para inmediatamente andar la marcha, seguido por las motocicletas.
        Dentro del vehículo, en el asiento trasero.  John, abrazaba y protegía a Ana, que por la conmoción del momento, se precipitó en llanto, perdiendo la calma.
        —Cállese señora  -dijo- uno de los hombres dentro del vehículo, amenazando con el arma de fuego.
        —Les voy hablar claro, quédense tranquilos y no les va pasar nada, denme los teléfonos y los relojes…    dame la billetera –señalando- a John.
        —Mira lo que vamos hacer; son las once de la noche. Te  vas en tu moto al cajero automático y vas a sacar todo el efectivo que puedas sacar, con la tarjeta tuya y la de ella; eso lo vas hacer dos veces, ahorita y después de la media noche para volver a sacarle, luego te vas a ir a tu casa y me vas a traer todos los objetos y prendas de valor que tengas allí. Ella, se queda aquí con nosotros -como garantía- y si se te ocurre llamar a la policía o alguien, ten por seguro que ella se muere. Ellos te van a acompañar –los “gendarmes” motorizados-   les entregas todo a ellos; cuando hayas terminado,  les dices  a ellos, que me llamen, y ahí  les digo donde la dejamos para que la pases buscando a ella.
        — ¡No! ¡No! No, me dejes aquí. –Dijo Ana con voz temblorosa y entrecortada por el llanto-
        —Cállese señora, si no quiere que la calle yo… -El “gendarme”, apuntando con el arma-                                                                                                      
        John -que continuaba abrazándola-  trató de tranquilizarla, levantándole el rostro con una mano y con la otra deslizándola por sobre su cabello, le profirió unas palabras de aliento “tranquila, todo va a estar bien”.   Volteó hacia al hombre que tenía el control y  preguntó _ ¿qué garantía tengo que ustedes no le van a hacer nada a ella?
        —Nosotros somos serios… si tú haces todo lo que te estoy diciendo, a ella no le va a pasar nada… vamos vete con ellos y busca la plata… para que se puedan ir tranquilos a su casa, ya te dije que a ella, no le va a pasar nada… Ya sabes,  no se te ocurra avisar a nadie…   –Respondió el hombre- 
        John, trato de debatir con los “gendarmes” otras maneras y formas de que ellos pudieran conciliar sus objetivos, sin tener que dejar a Ana con ellos, pero los hombres no cedieron en sus pretensiones. No tuvo más opción que encomendarse a Dios, dejar a Ana con ellos y dirigirse a hacer, lo que le estaban obligando…
        Pasadas las cuatro de la madrugada. John, esperaba –angustiado- a Ana, en una céntrica plaza de esta Ciudad Ficticia, en donde gracias a Dios, después de esperar unos instantes, la vio venir por la calle, corriendo hacia él…                    
         — ¿Estás bien? ¿Cómo te sientes? ¿Te hicieron algo?
         —No mi amor, estoy bien, estoy bien, no me hicieron nada…. Estuvieron dando vueltas, por la ciudad toda la noche. Me decían que si no llamabas me iban a matar.
         Dijo Ana sin poder contener el llanto, por el terrible momento que acababa de vivir…
         —Ya, ya todo pasó -consolando y abrazando a Ana- tranquila, ven, vámonos, gracias a Dios no nos hicieron nada, eso es lo importante…        
         —Esos desgraciados…
         —Ya mi amor, ven vámonos…
         De este modo, abordaron la motocicleta y se fueron a su hogar, agradeciéndole a Dios, por haber salido ilesos de esa terrible situación.
          John -intrigado- solo tenía en su mente, el recuerdo de la voz, de uno de los “gendarmes motorizados”, que le acompañó, ya que bastante peculiar y familiar le resultó…

*Esta es una historia real, de las que ocurren aquí, en esta Ciudad Ficticia.

Gracias por leerme. 
Gracias por leer Las Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cuídate y cuida de tus amig@s y familiares, que
Esta ciudad es ficticia, la tuya es real…
Feliz navidad y Prospero Año nuevo 2017
¡¡Que Dios te Bendiga. !!

                                                            


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