Crónicas de
una Ciudad Ficticia.
Cualquier parecido con la realidad es pura
coincidencia.
Bajo una intempestiva tormenta, en compañía de Dios como
copiloto, conducía mi vehículo por la desolada vía: “Los Dos Cruces” hacia las maravillosas tierras del centro de este
país artificial; específicamente hacia el pueblo (convertido en pequeña ciudad)
de Mazmorras. Pueblo de majestuosos paisajes, verdes llanuras y coloridas praderas,
adornado dignamente por la madre naturaleza y la mano del creador. Ya había
dejado atrás, la alcabala policial que delimita dos estados, la estación de gasolina en la que me detuve a
equipar y por algo de comer, así como, el desvió que conduce hacia la localidad
“El Gorro”. Llevaba poco más de tres
horas conduciendo y desde este punto hasta mi destino, faltaba una hora exactamente.
Desde hace tres años realizaba este éxodo. Alejándome, lejos de los irritables ruidos de
los autos, sus desagradables emanaciones de humos y gases; de los nauseabundos
olores de las calles contaminadas por la desidia y la indolencia de sus
habitantes; del duro, frio e incesante concreto que atrapa, encierra y separa
de los más sinceros y primitivos orígenes naturales; lejos de la increíble anarquía,
del inquietante estrés, que día tras día, hostiga y ahoga obligando a vivir en ese
continuo espiral de emociones, en donde lo único real y cierto es que: “El
tiempo no se detiene…”
Gran parte de la vía se encontraba en buen estado. Permaneciendo
un trayecto de tierra, en reparación, «en los tres años que tengo transitando
por aquí, siempre ha estado igual »con enormes hoyos, ahora llenos de barro. Al recorrer este sector, las
inmensas, gruesas y finas, gotas de barraque salían expedidas al cielo por
acción de las llantas, cubrieron gran parte del vehículo en ambos lados, por lo
que tuve que disminuir la marcha y transitarlo de la manera más amable posible.
Una vez las tempestuosas nubes grises escurrieron toda su valiosa
carga sobre la tierra, el hermoso cielo azul volvió a ser visible; dejando ver el
brillante resplandor del sol y sus finos rayos sobre las delicadas nubes blancas.
Y un inmenso ave rapaz, familia de los accipítridos (águilas) se dejó ver a lo
lejos, muy alto, con sus alas extendidas, surcando su reino.
Apagué el sistema del aire artificial del vehículo y bajé las ventanillas
para sentir en mi rostro, el flamante roce de la brisa nueva y pura, que traía
consigo el más agradable aroma a tierra húmeda, acompañado de un delicado y
casi imperceptible aroma a flores frescas; que impregnaron mi auto y mi ser,
con las más gratificantes energías
positivas.
Al cabo de unos minutos estaba cruzando el arco que muestra el
inmenso cartel con las palabras: “Bienvenido a Mazmorras”, a unos kilómetros de
la entrada a este caluroso, pero magnifico pueblo convertido en pequeña ciudad,
con edificios de hasta dieciséis pisos, hospitales, centros comerciales y hoteles.
Bautizado con este nombre por herencia de sus antepasados, cuando los conquistadores lo usaron con este fin, fundando
sobre él, la red más grande de prisiones y mazmorras de tortura que existieron
en época alguna, en país alguno. –artificial o no- En sus buenos años productor y exportador de
arroz. Hoy con industrias –arroceras- totalmente abandonadas, y algunas otras,
materializando su producción a media máquina, por tanta falta de orden y exceso
de anarquía.-Una muestra más, de que en este, mi País Artificial, reina el caos
no solo en mi Ciudad Ficticia-.
Al cruzar el arco, comenzaba a transitar por la maravillosa obra
de ingeniería, de casi sesenta años de antigüedad, que es la represa que bordea
el embalse, y surte al pueblo del preciado líquido vital;
sirviendo a demás, para dar la bienvenida a propios y extraños que llegan por
estas tierras.
Debo decir: “que las veces que
he transitado por ella, siento un ligero e indescriptible temor”¿Será
ver el agua, que roza con la orilla de la carretera por un lado, el precipicio
de más de cien metros en caída libre, hacia el otro; o los intrépidos y
experimentados conductores de lugar, que la transitan a velocidades
extremadamente altas, siendo esta, una vía en doble sentido? La verdad, no sé.
Pero recuerdo claramente, la única vez que no sentí ese extraño temor; la
primera vez que llegué a esta pequeña ciudad, era de noche, aproximadamente a
las ocho, no había mucho tráfico y todo
estaba tan oscuro, que no podía ver más que las dos líneas continúas en medio
de la vía, iluminadas por las luces del vehículo que conducía. Así que, recorrí
la vía de la represa, sin saber que estaba allí.
Con el continuo seguir de la doble e invariable línea que divide la vía;
los autos circulando unos tras otros, avanzándose en los momentos donde no
divisan venir vehículos de frente;
y las aves que de momento se
precipitan sobre las aguas del embalse, en posesión de los peces que por
descuido nadan a la orilla de la superficie, mis ojos se embelesaron y mi mente divagó por un rato sobre la razón
que me trajo la primera vez a estas
tierras.
«
¿Quién diría que mi vida cambiaría tanto al venir aquí…?» transcurría el año
2013.En mi país, con la imposición de un nuevo líder en el poder, la incursión
de rebeldes extranjeros, una ola de crímenes sin resolver el descontento de una
sociedad sufrida e inconforme por las continuas políticas aplicadas por quienes
representan al estado; el país navegaba inmerso e inseguro por las profundas
aguas de la incertidumbre, acrecentando y allanando así, las condiciones más
idóneas para una guerra civil. Mientras, había sido comisionado, junto a un
selecto grupo, para investigar las extrañas desapariciones en el poblado de: “El Tula” a unos cuantos kilómetros
después de Mazmorras; donde, presuntamente y según nuestras fuentes de inteligencia
e información, se ha radicado una célula terrorista extranjera que es
responsable de las desapariciones y el terror en esta región. (...)
«Antes
de venir aquí, mi vida era un completo desastre» deambulando sin rumbo, hundido
entre las cenizas de los amores perdidos, los placeres de la soltería y una corta
edad. Transitaba quebradas llenas de sombrase inmoralidad. Conduciéndome en la
impudicia que esos caminos me daban, contribuí a la miseria de mi ciudad».
«Hasta
la madrugada de esa noche, después del operativo, en la que sin previo aviso,
ni permiso -ella-entró en mi vida, sacudiendo todo mí ser. Ese magnífico instante en que la vi, en mitad de la nada, tan pequeña, sola, descalza, con ese
pequeño y sucio vestido, débil y desprotegida, rebuscando entre la inmundicia
algo con que calmar el intenso dolor que el hambre le producía; afloraron los
sentimientos más nobles y sublimes, de amor,
protección y supervivencia que había sentido por alguien jamás,
haciéndome aborrecer con ganas
este país artificial, y por sobre todo, a esta sociedad».
Cuando
escuché sus palabras, su llanto y las razones por las que estaba en ese estado,
no pude contener la ira que invadió mi ser...« ¿Por qué increíble razón pueden
traer una niña o un niño, a este mundo, si no lo van a cuidar? ¿Qué terrible
razón pueden tener unos padres para realizar la cruel hazaña de abandonar, a su
suerte, a un niño o niña en la calle...?» deben ser unos enfermos. —pensé.
«Pero
ahora estoy aquí, llenándome de contento y del amor más sincero, cada vez que
puedo ver en sus ojos la alegría con la que me recibe diciéndome: “¿Iván, Iván
qué me trajiste?” »
Con
este fabuloso pensamiento y las luces rojas –encendidas- del vehículo delante
de mí, detenido en la alcabala al finalizar la vía de la represa, me di cuenta que había llegado a Mazmorras; detuve
mi vehículo para que los militares
vestidos de camuflaje, pudieran observar el interior del vehículo y con un movimiento
aprobatorio de sus rostros y manos, me conminaran a seguir.
El
incesante calor apremiaba a esa hora del día–once de la mañana- y la humedad comenzaba a hacerse presente en mí cuerpo, con
frágiles gotas que bajaban por mi frente y mis sienes; mientras que las intensas
ganas de disipar la sequía en mi boca, con una cerveza bien fría, se acrecentaron
en mí.
Continué conduciendo por la avenida principal hasta llegar y girar en la pequeña redoma,
que se distingue por un aeroplano sobre un tímido
y reducido obelisco, para incorporarme
a la avenida
que lleva por
nombre:“el número de una fecha muy importante en este país” y que me llevaría directo al Centro
Administrativo, acogedor urbanismo en
donde se encuentra ubicada “la Casa de Abrigo” donde reside –hasta ahora- el motivo
más grande de mis alegrías…
No conozco muy bien este pueblo convertido en pequeña
ciudad, a excepción de la dirección
exacta de la casa de abrigo, un pequeño hotel de tres pisos, en donde me he
quedado a pasar la noche algunas veces,
y la sede del circuito judicial en donde, las excelentísimas abogadas y –debo
decir- amigas Katherine Villalobos e
Indira Aray Montaño, llevan el caso de adopción, que me ha traído de vuelta por estos lares,
desde hace tres años…
Mientras conducía, con la intensión de detenerme, comencé a tratar
de ubicar entre los comercios y locales del lugar, un sitio seguro donde aparcar
y poder calmar mi sed, (los
establecimientos en la avenida estaban bastante congestionados) cuando un estrepitoso sonido, el del motor de
una avioneta, volando muy bajo, se dejo
escuchar, estremeciendo mi vehículo y los demás a mi alrededor; tomándome por
sorpresa, al igual que la luz roja del
semáforo (que marca los segundos antes de cada cambio de luz) inteligente. -Después me enteré que la avenida donde me encontraba, colinda
de un lado con el pequeño aeropuerto desde donde salen y aterrizan estas naves,
encargadas del riego de los sembradíos del lugar-
Desde esta posición, pude divisar un local, con un lugar donde poder aparcar.
El extraordinario y colorido jardín, de exquisitas flores color
lila, en diferentes tonalidades, fue lo que principalmente llamó mi atención. Inmediatamente
el semáforo cambió el color de la luz, me dirigí al pequeño local comercial con
los aparcaderos vacíos.
Una pequeña casa de seis metros de frente, aproximadamente. Con
un extraordinario y colorido jardín que adorna muy bien la entrada al pequeño
vestíbulo antes de entrar a la casa, donde están dispuestas varias mesas de manteles
a cuadros blancos y rojos, tan ladeados, que sus esquinas colgaban visiblemente
entre las patas de las mesas formando pequeñas “V”. En medio y sobre ellas, unos vistosos floreros
de vidrio con flores tomadas –seguro- del jardín anterior; no había muchas
personas en el lugar y muchas de las sillas que acompañaban las mesas estaban
vacías.
Al lado derecho de la entrada, después de las mesas, un
extraordinario asador hecho de ladrillos, en donde por un lado una mujer extendía
con un gran cucharon, sobre una
ennegrecida plancha de acero, una inmensa y redonda mezcla de maíz que a leguas
se veía apetecible; a su lado, un hombre
hacia girar tres largas varas de madera, que tenían enrolladas grandes piezas
de carne, sobre el más vivo y flameante fuego que producía la brasa ardiente en
el encerrado horno bajo ellas. El agradable aroma a carne asada impregnaba muy
bien el ambiente. El humo salía sin llamar la atención. Despedido, surcando
hacia el inmenso cielo de estas hermosas tierras por la gran chimenea de metal, que esta sobre el asador.
Tomé una de las sillas en la mesa más retirada del asador y
cuando disponía a sentarme, el señor frente al asador, me dio la bienvenida,
invitándome un plato con tres pequeños cortes que hizo a una de las carnes en
el armazón, agradeciendo el gesto, le pedí -por favor- una botella de agua bien
fría, para calmar mi sed.
En el preciso momento que
el hombre estaba de regreso colocando la botella de agua sobre la mesa…
La contagiosa melodía del tono de mi celular interrumpió las
ganas que tenia de beber el agua de un solo sorbo.
♫ ♪♫ ♪ ♫♪ En un llano tan inmenso, tan inmenso como el
cielo, voy a podar un jardín para que duerma tu cuerpo. En un mar espeso y
ancho, más ancho que el universo, voy a construir barco para que navegue en el
sueño. En un universo negro como el ébano más puro, voy a construir de blanco
nuestro amor para el futuro, en una noche cerrada voy a detener el tiempo para
soñar a tu lado que nuestro amor es eterno ♫ ♪ ♫ ♪♫ ♪ […].
— ¡Hola! Buenos días, ¿Iván? Soy Katherine ¿Cómo estás? ¿Ya
estás en el pueblo? –dijo la voz al otro lado del teléfono.
— ¡Hola! Doctora, todo bien, si, si, ya estoy en el pueblo,
acabo de llegar y me detuve a comprar agua. ¿Por qué, pasó algo? –Respondí
mientras me apresuraba a sorber de la botella.
—No, no, nada, todo está bien, no te preocupes, tranquilo. Estoy
en el Circuito Judicial, voy saliendo para la “Casa de Abrigo”. Ya Indira está
allá, en este momento debe estar conversando con la Directora. Debe estar entregándole
el dictamen final. Rebeca está muy emocionada –dijo la abogada con un tono tan
agradable que solo se podía traducir en contento-Solo debes firmar unos
documentos…
— ¡Si Doctora! Ya estoy por llegar. Yo hablé con Rebeca anoche
después que usted me llamó y lo único
que repetía era “Que no iba a poder dormir, que quería que amaneciera rápido”.
—Yo también estoy muy feliz Doctora.
— Lo sé Iván, créeme que lo sé y como siempre te dije: “El
tiempo de Dios es Perfecto”. Come algo y quédate tranquilo, nos vemos en un
rato.
—Está bien doctora. –respondí sin más miramientos, mientras mi
mente se llenaba de recuerdos de la larga batalla judicial, librada durante
estos tres años, para tener la guardia y custodia de Rebeca. «La niña de mis
ojos»
Levantando mi mano hice señas a la mujer que se encontraba a un
lado del asador, para que se acercara y pedirle una de esas fabulosas mezclas
de maíz que tenía sobre la humeante plancha y que se veían tan provocativas; así
como otra botella de agua. Instante en el que aproveché para preguntar por un
baño donde lavarme las manos.
—Pase señor, al final, a mano derecha está un pasillo, la
segunda puerta del lado izquierdo. –dijo la mujer señalando al interior del
local.
No sé si estaba encandilado por la luz del día o el local
adentro estaba poco iluminado. Adentro había más personas de las que creí; comían
y danzaban felices, por la excelente interpretación de una hermosa mujer,
que ataviada con un inmenso traje de color
naranja y motivos florales, con micrófono en mano entonaba una alegre tonada
propia de estos llanos.
Seguí las indicaciones de la mujer para llegar al pasillo, a la
segunda puerta; de la que salí sin mayor contratiempo unos minutos después de
lavarme las manos.
Cuando me dirigía nuevamente a mi mesa. Una tercera puerta,
entreabierta, llamó poderosamente mi atención. Por la impresionante bulla y
gritos que venían de adentro. No pude evitar asomarme. Un pequeño cuarto que
fungía como casino, en donde muchas personas se encontraban realizando apuestas
y consumiendo licor; había grandes cantidades de dinero en efectivo sobre las
mesas.
En una de las mesas, un niño de unos once años de edad –aproximadamente-
es quien dirige las apuestas. Al observarme entrar, elevó sus gritos y ofrendas
de premios en las apuestas, como invitándome a participar.
En una de las mesas, un niño de unos once años de edad
–aproximadamente- es quien dirige las
apuestas. Al observarme entrar, elevó sus gritos y ofrendas de premios en las
apuestas, como invitándome a participar.
Por unos segundos, los recuerdos de un pasado doloroso invadieron
mi alma, hundiéndome rápido y sin respuesta alguna, en los sinfines más oscuros
y olvidados de mi memoria. En donde las imágenes de un niño huérfano que luchaba
por sobrevivir en un mundo perfecto, solo recibía la mayor de las indiferencias.
Debatiendo en mi interior sobre mis valores y lo aprendido a
través de los años en esta vida. No me quedó más nada que huir, salir de esa
pequeña habitación convertida en casino; con la mirada perdida, hurgando el
suelo delante de mí, realizándome una serie de cuestionamientos que no podría
descifrar jamás. Para dirigirme nuevamente a la mesa que está afuera del local.
Sentándome nuevamente a
la mesa donde había dejado la botella de agua, permanecí perdido, abstraído
por unos instantes, disipando la vista en los vehículos que transitaban por el
lugar y en la hermosa flor lila en el centro de la mesa; con mi dedo pulgar
bajo mi barbilla, cerrando tres dedos frente a mis labios y el dedo índice
apuntando mi sien, me seguía cuestionando por la terrible escena que acababa de
ver.
«Acaso ¿no son los niños -y las futuras generaciones- el motivo principal de la existencia, subsistencia
y evolución de la humanidad? ¿Quién no podría decir que los niños y niñas son
-por mucho- el grupo más noble e indefenso que existe y podemos
encontrar en toda la faz de la tierra? Cuántas veces nos hemos topado con
frases como: “No dejes morir al niño que hay en ti” o “Todos llevamos un niño por
dentro”… Es que la
alegría y la inocencia que transmiten los ojos de una niña o de un niño, al quitar las envolturas del
regalo que encuentran a los pies de un mágico árbol de navidad ¿No son acaso
suficientes para alegrar una vida?... De no haber sido por la maravillosas
personas que me adoptaron ¿Qué habría sido de mi vida? »
En
ese preciso instante se acercó la mujer, sacándome de mi letargo, con el agradable y apetecible
plato de comida que había solicitado antes y una nueva botellita de agua. Mientras
comía agradecía a Dios en silencio por haber puesto en mi camino las maravillosas personas que me criaron.
Al terminar pedí amablemente a la señora que se acercara, para
agradecer por la esmerada atención y por tan buena comida. Aprovechando a pedir
tres platillos, completamente iguales, para llevar. (Quería que Rebeca y mis –amigas-
abogadas, probaran tan suculento mezcla de sabores, de la cual creo, deben
estar acostumbradas)
Luego de unos minutos, tomé las bolsas plásticas,
que la señora había dispuesto, con los platillos para llevar. Me dirigí a mi
vehículo, aparcado frente al local; ¡lo veía muy bien! desde la silla donde me
encontraba.
Una vez adentro del vehículo. Observando a la
señora que me había atendido, abrí nuevamente la puerta
y salí rápidamente, para dirigirme a ella.
—Señora, discúlpeme la molestia, yo sé que es un abuso de mi
parte lo que le voy a decir. Pero, ¿usted cree que pueda regalarme o venderme
una de esas hermosas flores que crecen en su jardín?
La mujer me miró, frunciendo el ceño y luego elevando sus cejas,
por la pregunta que acababa de oír, mientras envolvía sus manos en el delantal
que traía puesto para con una leve sonrisa decir:
—Ah, sí señor, no se preocupe, deme un minuto. Ya busco una
tijera y le corto una. ¡Para que se la lleve a su amada!
— ¡Ah! No, no señora, no es para mi amada. Es para mi hija… mi
hija adoptiva, una hermosa niña de diez años, que por fin, el día de hoy, el
tribunal aceptó entregarme en custodia.
— ¡Ah pues! entonces le cortaré una de las más grandes y de las
más hermosas que crecen en este jardín. –Dijo la mujer, con una agradable sonrisa,
mostrando su amabilidad‒ Para que cuando esa niña lo vea llegar con
esa flor, salte de la emoción.
— ¡Gracias señora! En verdad, se lo agradezco. […]
Saciada
mi sed. Con el estómago lleno. Comida, para no llegar con las manos vacías y la
hermosísima flor lila a mi lado. Me encontré nuevamente transitando por la pequeña avenida; ansioso, contento por
el cambio tan grande que se avecinaba en mi vida, aunque también un poco
ofuscado por:
“La infancia
pérdida,
De aquel niño
en esa taguara,
Gritando
frente a una mesa,
Donde juegan
azar”.
Sin
darme cuenta, absorto en mis pensamientos y por inercia, llegué a la casa de
abrigo. Donde una amable mujer, que vestida de sotana sirve muy bien a Dios, me
dio la bienvenida; guiándome por los pasillos de la casa hasta llegar a la
oficina de la directora. Encontrándola acompañada de las abogadas y por Rebeca,
que al verme, corrió y de un salto se encaramó en mi cuello, para con un beso
en la mejilla y un grito en el oído, saludarme haciendo su pregunta habitual: “Iván,
Iván, ¿qué me trajiste?”
Con
la alegría que embarga el momento, le propine un beso en la frente y le entregue
la hermosa flor que ocultaba a mi espalda, la cual, acepto con infinita bondad,
sumiendo sus ojos en la fragilidad del encanto de su color. -A pesar de ser de
estas tierras, jamás había visto esa flor, eso me dijo después.
Luego
de saludar a las doctoras y a la señora directora, firmé los documentos y sellé así el odioso y triste pasado de esa
niña, abriendo una nueva oportunidad en la vida, para ella, para Irene y para mí también. (…)
***
—Wow
Iván, que historia tan buena, aunque un poco triste. Ahora, puedo entender muchas
cosas, como cuando se desaparecían sin avisar, cuando no asistían al círculo o
cuando hacían esos viajes inesperados y tu Irene, ¿debes estar muy contenta?
—Súper,
súper contenta Talyuno, no sabes de verdad lo feliz que estoy, o que estamos, para
nosotros es un sueño hecho realidad, ni te imaginas por todo lo que hemos
pasado.
—Claro
que no amiga, aunque sí puedo decir, gracias a Dios por ustedes y por esa niña,
que ahora está durmiendo, ambos son maravillosos y sé que serán excelentes
padres.
—Gracias
Talyuno.Y si te conté la historia de cómo es que Rebeca llegó a nuestras vidas,
es porque, entiendo que escribes y me gustaría que escribieras algo.
—Claro
Iván, claro que la escribiré, aunque, te digo honestamente, tendré que omitir ciertas cosas, pero sí, sí
que la escribiré. Y debo ser franco, hay algo que todavía me da vueltas en la
cabeza y me dejó muy pensativo. Es la situación con el muchacho, el niño del
casino ilegal, conociéndote como te conozco y sabiendo bien quien eres y a que
te dedicas, me parece un poco extraño que no hayas procedido a hacer nada en
ese asunto.
—Ahh,
hermano mío, parece que no me conoces bien, claro que voy a proceder en ese
caso, de hecho, ya tengo gente montada en eso. Pero no te lo puedo adelantar,
eso es material para otra historia. […]
*Esta es una historia real,
de las que ocurren aquí, en esta Ciudad Ficticia.
©copyright-2016-talyuno
Gracias por
leerme.
Gracias por leer
Las Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cuídate y cuida
de tus amig@s y familiares, que
Esta ciudad es
ficticia, la tuya es real…
Feliz navidad y
Prospero Año nuevo 2017
¡¡Que Dios te
Bendiga. !!
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