Por: Talyuno.
Hace unos días, una lectora y amiga (Eva María Paz) me dejó un comentario en el blog, en donde especifica que escriba algo sobre la paciencia... en mi humilde opinión, os digo que:
La paciencia, no es más que saber encontrar la Paz
interior… un Don infinito, que todos y
cada uno de los seres humanos debemos ejercer y practicar. Con el único fin de
ser realmente humildes y tolerantes tanto con las personas que nos rodean como
con las situaciones que nos ocurren o pueden ocurrir en la vida. Entendiendo,
claro está, que si nos desenvolvemos en
la vida con respeto, constancia, dedicación, pasión y, sobre todo, mucha
humildad y tolerancia podremos alcanzar nuestras metas, sueños y propósitos más
deseados. ¡Ah! y también, aunque parezca increíble, gozaremos de excelente
salud y bienestar tanto física como emocionalmente.
Ahora, como es justo y necesario, para Eva María Paz y
para ti que me estás leyendo (gracias por eso) les dedico y dejo por aquí, esperando
sea de su agrado, esta pequeña historia que tuve la suerte de conocer. (En
algún lugar, no recuerdo dónde, ni cuándo, ni por quién, ni de quien) Que trata
sobre esta magnífica virtud que es la paciencia y aunque me gustaría plasmarla
aquí, completa, tal cual; no puedo, ni debo. Por eso, esta es mi versión:
Crónicas
de una Ciudad Ficticia.
Gabo es un chico
travieso y curioso del barrio más humilde de esta ciudad. Siempre se está
metiendo en problemas. A la edad de nueve años, tras la muerte de su padre y
siendo el mayor de cinco hermanos, decidió no asistir más a la escuela. Pasaba
los días enteros en el muelle. Con la ayuda de una vieja carrucha de madera cargaba
toda clase de maletas y equipajes a los viajeros y visitantes que llegaban al
puerto. De esta manera ganaba unos cuantos simples (moneda oficial de esta
Ciudad Ficticia) y ayudaba a su madre con
el sustento del hogar.
Una calurosa mañana, en la que el sol quemaba la piel sin
piedad, atracó en el muelle principal un enorme barco. El inmenso buque de vela Soyons
Amis, proveniente de las costas de la razón, vino para ofrecer a las personas de
estas tierras una particular propuesta: Enrolar en sus filas una pequeña de
cantidad de jóvenes, de entre dieciocho y veinte años, que aprenderían los oficios del arte de ser
marinero y servirían de relevo a los viejos marineros que culminaron su tiempo
de servicio a bordo del buque. La noticia se propagó inmediatamente, como
pólvora, por toda la región. Atrayendo, en los días posteriores, enormes
cantidades de jóvenes de todas partes y de todas las ciudades de este país, que
querían tener la oportunidad de alistarse en la tripulación al servicio de esta
magnífica nave.
“Una gran oportunidad para los jóvenes lograr salir de
este país artificial, sin futuro y sin desarrollo, dirigido por una bandada de
aves de rapiña que por intereses y guerras personales, han dilapidado los
ingresos y nobles tesoros de esta nación,
así como, los sueños, metas, propósitos y hasta la dignidad de todas y
cada una de las personas que hoy lo habitamos; y de las generaciones futuras...”
Gabo no se quedaba atrás en sus pretensiones por querer
salir de este país, aun sin poseer grandes destrezas académicas, quería formar
parte de la tripulación y de esa increíble oportunidad. Al enterarse. Inmediatamente dejó todo lo
que estaba haciendo y corrió, velozmente, por todas las calles del muelle y de la
ciudad, hasta llegar a la angosta escalera que conduce a la humilde casa en donde
vive.
Subiéndolas a toda prisa, entró a la vivienda y con un enorme grito sorprendió a su madre, que se encontraba planchando las ropas, ajenas, con las que gana el sustento.
— ¡Mamá! Mamá, ha
llegado un gran barco, viene de las costas de la razón y están buscando jóvenes
para su tripulación. Mami, mami, por favor fírmame el permiso¿sí? ¿Sí? Mami,
por favor, por favor. —dijo el joven, apurado, con la respiración entrecortada
y casi sin aliento. Mientras unía sus manos implorando.
Estas palabras retumbaron increíblemente en la mujer, como
un millar de espinas clavándose en su corazón. Siempre supo que este día
llegaría. Sus ojos se nublaron sin poder contener el llanto que le ocasionaba
escuchar a su hijo que, ya con diecisiete años, le imploraba permiso para
alejarse del hogar y enrumbarse a conocer el mundo. Tomándolo con fuerzas lo
envolvió entre sus brazos y aproximó hasta su pecho para entre lágrimas y un desolador
silencio permanecer inmóviles por un largo rato.
—Mamá, mamá, no llores…—El
muchacho rompió el silencio y el gimoteo de la madre, al mismo tiempo que con
sus brazos trataba de abrazarla para darle consuelo. Mientras ella continuaba aprisionándolo
a su pecho—. No llores mamá por favor, esta es una gran oportunidad, si me aceptan
seré un marinero con todo y un traje blanco; no llores mamá, por favor.
— ¡Ay! mi amor. Si no
lloro de tristeza. Lloro de alegría. La alegría que me produces mi amor —Respondió
la madre, entre lágrimas, notablemente afligida—. Siempre has sido muy independiente
hijo. Ayudándome en la casa. Con tus hermanos. Ya es hora de que emprendas
el viaje hacia tu vida hijo. Hacia un
futuro mejor, lejos de tu familia, lejos de este hermoso pero mal distribuido
país. Quizás cuando regreses las cosas hayan cambiado ¡mi amor…! Si te voy a
firmar el permiso. —confirmó la mujer entre llantos.
—Gracias mami, gracias. —Respondía
Gabo, brincando y besando a su madre—. Ya verás, te escribiré cada semana…
— ¡Ay! Mi niño —Exclamó
la mujer, visiblemente apenada. Al mismo instante que sus ojos, ahogados en lágrimas, permitieron
la salida de dos gotas, que rodaron alegremente por las mejillas hasta morir en sus
labios, al mismo tiempo que pensaba—: « mi niño, si no sabes escribir »
—¡Si mamá! —Como si escuchar el pensamiento de su madre, le
hubiese sido posible—. Pediré a alguien que me las escriba, ya verás. Y te
traeré un regalo de cada lugar que visite, de cada puerto al que vaya, para ti
y para mis hermanos.
— ¡Ay mi amor…!
Así permanecieron, abrazados por unos instantes. Inmortalizando en sus mentes y en sus cuerpos, los aromas, el sabor y el sentir de la
despedida. [...♥]
Con la autorización
firmada por su madre. La alegría en los ojos y el corazón rebotando por la
inmensa emoción. Gabo, más rápido que un
tren de levitación magnética, llegó nuevamente a las postrimerías del muelle, para
aplicar su solicitud a incorporarse en la tripulación del buque.
Después de esperar su turno, largo rato, en la fila. Al fin
llegó al pequeño escritorio en donde un hombre, vestido con un impecable traje
blanco y muchas insignias de colores en el pecho, le aguardaba.
—Tome asiento. —Dijo el
hombre, con voz firme, señalando la silla enfrente de él.
—Gracias. —Respondía el
joven Gabo, mientras se sentaba.
— ¿Tu nombre completo?
—Dijo el hombre, sin mirarlo, tomando notas en un gran cuaderno.
—Gabriel Augusto
Marcano Trillo, señor. —Rápidamente respondió, Gabo.
— ¿Qué edad tienes? —Preguntó
el hombre, nuevamente, sin mirarle.
—Diecisiete años
cumplidos, señor. —Respondió inmediatamente—. Y en un par de meses cumpliré los dieciocho.
— ¿Sabes que debes
tener un permiso firmado por tus padres?
—Indicó el hombre, al mismo tiempo que alzaba la vista hacia el joven.
— ¡Sí señor!Aquí esta.
—Expresó el joven. Extendiendo la hoja de papel. El permiso firmado por su
madre.
—Falta la firma de tu
padre…
—Mi padre falleció
cuando era niño señor. —Dijo el joven
Gabo. Mostrando cierta incomodidad.
— ¿Qué grado de
instrucción tienes? —Prosiguió el hombre. Bajando, nuevamente, la vista al
cuaderno.
—Tercer grado del
colegio señor. —Dijo Gabo, un poco inseguro,
al mismo tiempo que observaba al hombre remarcar, varias veces, una cruz en el
cuaderno—. Pero se muchos oficios
señor, en el muelle trabajo como todero desde hace años, además, se pescar muy
bien.
— ¿Todero? —Repitió el
hombre, observando fijamente al muchacho, con una ceja levantada y llevándose una
mano en el mentón.Claramente sorprendido.
— ¡Si señor! hago toda
clase de cosas para ganarme el sustento diario, ayudar a mi madre y a las
personas; desde cambiar un bombillo hasta cargar toda clase de equipajes y bultos. Y además de pescar muy bien, también
se algo de plomería y carpintería. —Respondió el joven Gabo tratando de convencer,
y caer en gracia, al viejo marinero—. Momento en que el hombre, pensativo,
observando fijamente preguntó:
— ¿Alguna vez has estado
en un barco en alta mar?
—No señor, pero estoy
seguro que puedo controlar el mareo que se siente en el barco. Y sé que puedo
ser muy útil señor.
—Está bien
muchacho. Ven mañana, a primera hora,
para que realices las pruebas que faltan. Ya quedará de parte tuya si en
realidad quieres formar parte de la tripulación. —Dijo el hombre, para
finalizar—. Que tengas buenas tardes.
Gabo, en su pecho no podía contener la emoción por haber obtenido
buena impresión en la entrevista. Hubo muchos jóvenes, antes que él, que no los
citaron para la mañana siguiente…
Con toda la calma y
tranquilidad que ameritaba el momento. El joven muchacho, más que caminar
flotaba por las calles del muelle. Con la mente puesta en el sueño de un futuro
mejor y las grandes aventuras que le aguardaban. De camino a su casa, observaba
y saludaba a todas las personas con una inmensa sonrisa, pintada de oreja a
oreja, que a leguas mostraba su felicidad. Al llegar a su casa, muy emocionado,
le contó a su madre y a sus hermanos, sobre cómo le había ido en la entrevista.
Al llegar la hora de dormir. Gabo no podía conciliar el
sueño. La impaciencia realmente se había apoderado de su ser. Y por más agüitas
aromáticas, que le había servido su madre, las ansias no lo abandonaron.
Como prueba del destino, se presentó la mañana siguiente,
totalmente cansado, agotado, por no haber descansado bien la noche anterior. Y a pesar de la fatiga y el cansancio por él insomnio
y el trasnocho. Gabo logró salir airoso en
las exigentes pruebas físicas, médicas y psicológicas que le practicaron. Quedando
seleccionado entre los diez primeros, de entre los cientos, que participaron en
la selección.
Su sueño se había cumplido. La diosa fortuna había tocado
a su puerta. La única y más grande oportunidad de su vida había llegado. Formar
parte de la tripulación de un insigne y majestuoso navío, proveniente de las tierras
de la verdad, de la realidad, de un mundo mejor, sin fronteras, sin distinciones
de ningún tipo. Ahora, podría viajar por los mares. Conocer el mundo y los
diferentes países, ciudades y culturas más allá de las fronteras de esta Ciudad
Ficticia, en este País Artificial…
Capítulo II
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Crónicas de una Ciudad Ficticia. |
Exactamente diez días después. Un
reducido grupo de jóvenes, incluyendo a Gabo, se embarcaron en el inmenso buque de
vela, oficialmente como miembros de la tripulación. Para en la madrugada
siguiente zarpar con rumbo a ese vasto, misterioso, profundo y desconocido azul
que representa el océano, algunas veces, tan claro que parece el cielo, otras
veces tan verde que asemeja jardines, pero por las noches, tan negro y frío
como una piedra de ónix.
El inmenso buque zarpó, como estaba previsto. En su
interior el grupo de nuevos jóvenes tripulantes recibía las instrucciones y
órdenes de los oficiales en cubierta, sobre cómo debía ser su desempeño y
desenvolvimiento, al pertenecer a la tripulación del buque, a partir de ese día
y para los días futuros… Mientras, el barco avanzaba sigilosamente, impulsado
por el viento, con gran velocidad y destreza sobre las aguas.
Dividiendo magistralmente al mar, enfrente de él, con el filo de su quilla, una y otra vez, cada
segundo mientras avanzaba. Horas más
tarde, algunos de los jóvenes marineros,
incluyendo a Gabo, habían comenzado a sentir las terribles sensaciones de
vértigo, por el extremo movimiento del barco en el mar…
Los días y las noches
transcurrían sin cesar y muchos de los jóvenes marineros se adaptan, al
barco, al sol y al mar. Los miembros de la tripulación trabajaban en sus tareas
cotidianas… Gabo, secándose el sudor que
le bajaba por la frente y la nuca con un pequeño retazo de tela de algodón, que
siempre llevaba en uno de los bolsillos
del pantalón, corría—literalmente— de un lado al otro del buque, tratando de
cumplir las órdenes y exigencias de cada uno de los marineros superiores de la
tripulación. —¡Imberbe! Lleva esto para tal sitio.Trae eso para acá muchacho.
Limpia esto, o aquello. Ey pimpollo, ayúdame con esto.¡Oye! Mancebo recoge eso.
Mozalbete, ven acá—. Llevaban diez días en el mar. Mantenerse corriendo,
ocupado, fue la fórmula que encontró Gabo, para no sentir el vértigo que le producía el bamboleo
de la nave; evitando marearse y terminar enfermo, vomitando, como le ocurrió los primeros
días.
Luego del almuerzo. La mayoría de los marineros de la
tripulación, exceptuando los de guardia, aprovechaban estas horas para descansar,
incluyendo al capitán de la nave. Quien concedía, al segundo oficial al mando, su
lugar al frente del timón y se retiraba a su camarote. Gabo, cuando no estaba
de guardia, durante ese par de horas subía al castillo de la popa (puente del
timón) para hacer compañía y charlar con
el segundo capitán; aunque, lo que en realidad disfrutaba, era de la brisa
fresca y la magnífica vista.
Allí se encontraba,
mirando el horizonte, cuando a lo lejos, a mitad del océano, arriba, el inmenso
cielo había perdido su hermoso color y ahora era completamente negro, de babor a
estribor, en toda dirección hasta donde le alcanzaba la vista; oscuro, con diminutos
y luminosos relámpagos que de momentos iluminaban la negrura del horizonte, acompañados
por estruendosos truenos que de verdad, estoy seguro, asustaron al más intrépido
y experto marinero en la nave.
El buque se aproximaba directo hacia una gran tormenta. Sonaron
las alarmas. El capitán principal volvió al puesto de mando, tomó el timón. Al
mismo tiempo que algunos miembros de la tripulación luchaban por poner a
resguardo los enseres y provisiones de la cubierta. En pocos instantes los fríos,
rápidos y fuertes vientos comenzaron a golpear las velas. Momento en que los más
ágiles miembros de la tripulación subieron arduamente
los mástiles, para tratar de asegurarlas. Mientras, otros luchaban fielmente por
sujetar las amarras y los baluartes de la embarcación. Durante todo este lapso.
Gabo, aun en el castillo de popa, completamente abstraído, hipnotizado y asustado
quizás, observaba las increíbles y gigantescas olas que se aproximaban y que
superaban hasta tres veces el tamaño del barco. Pensando « Vamos a morir. »
Las inmensas olas
golpearon la nave. Alzándola y agitándola en diferentes direcciones. Primero en la la proa, después a la popa, luego a babor y por último a estribor. Todos
estos salvajes golpes y movimientos en fracciones de segundos. Mientras, al mismo tiempo, sobre el
castillo de la popa, el capitán se aferraba con todas sus fuerzas al timón de
la nave, tratando de mantenerlo estable ante las constantes embestidas del mar y
los fuertes vientos, que le obligaban a saltar, de un lado al otro,
dificultando enormemente el control y la estabilidad de la nave.
Cuando las gotas de lluvia comenzaron a caer. La
tripulación, que luchaba contra el agua que entraba en la cubierta, pudo sentirlas como el ataque de un inmenso enjambre de abejas africanas.
Gabo, en ese entonces ya había perdido
la cordura, la paz y la paciencia sobre la situación. Corría,
tropezando, cayendo de un lado a otro en cubierta, aterrorizado y aterrorizando
a los demás miembros de la tripulación. Invadido por el pensamiento de que morirían. El capitán del barco, al notar el descontrol que tenía el joven
muchacho, inmediatamente ordenó a su segundo oficial que lo atara con una cuerda
y lo arrojaran por la borda, llevándolo remolcado así, por largo rato.
Estando abajo, atado, tragando agua del mar y de la
lluvia. Gabo, seguía sin encontrar la paz, el control y la calma que lo
caracterizó durante las etapas anteriores de su vida. Y continuaba con los
gritos y el lenguaje soez. Ahora, con
más y mayor brío, al percatarse de la
presencia de un grupo de tiburones que lo asediaba.
Luego de un largo rato.
Mientras el capitán luchaba, contra la tormenta, el mar y las olas, por hacerse cargo del control de la
nave. Ordenó subir nuevamente al joven, visiblemente más calmado, y que le desataran. Gabo inmediatamente
al estar arriba, desatado, corrió hacia un rincón de la cubierta, en donde se
acurrucó sin emitir una sola palabra más durante la tormenta y hasta que esta no hubo pasado.
A partir de ese día. Gabo aprendió y entendió ¿cómo? ¿Para qué? Y ¿por qué? debe mantener siempre
la calma y no perder la Paciencia...
***
Porque
la vida da muchas vueltas y uno nunca sabe lo bien que esta, hasta que se ve
peor, a veces podemos estar arriba y otras veces, podemos estar abajo. Pero
siempre hay que tener paciencia… porque…
Todo
pasa y todo llega, “para quien sabe esperar.”
¡Ah! Y
otra cosa, siempre, hay que fijarse bien de quienes están abajo, cuando se está arriba y
quienes están arriba, cuando se está abajo... Por si acaso...
¡Saludos!
Gracias por leerme, gracias por leer:
Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Todos los hechos y personajes nombrados
en este relato son mera ficción.
Cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia.
Cuídate
y cuida de tus amig@s y familiares, esta ciudad es Ficticia, la tuya es Real.