En una ciudad ficticia, de
algún país artificial.
Cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia.
Ciudades Satélites.
Mi
ciudad ficticia, mi colapsada ciudad ficticia, está tan abarrotada, que es una “hazaña”
vivir o sobrevivir aquí, y que puedo decir de las personas que viven en las
ciudades satélites, alrededor y en
las cercanías de esta. Un día cualquiera de semana, es extraordinario el
esfuerzo, -casi sobrehumano- que deben hacer para llegar a sus trabajos y cumplir sus
responsabilidades. Hubo un día que por razones ajenas a mi voluntad, me tocó realizar un trabajo en
una de estas ciudades a las que llaman “satélites”
cerca de mi ciudad ficticia, tenía que permanecer dos días allí. Conduje mi
vehículo y me fui hasta allá, cuarenta minutos me tomo el trayecto, sin contar
la extraordinaria tranca-cola, en la salida de mi ciudad ficticia, por trabajos
en la vía.
Llegamos y comencé a recorrer el lugar, en búsqueda de la dirección
acordada, por las calles del centro. Es increíble el calor que hace en esta
ciudad “satélite” a las diez de la
mañana, que aunque mi vehículo tenía los vidrios cerrados y el aire
acondicionado, enfriaba en su máxima expresión, podía sentirse el sofocón, del
calor que hacia afuera del carro. Ya estaba en el sitio realizando mis
trabajos, cuando decidí llamar a mi
prima Aida, que vive en esta ciudad, quería preguntarle si podía pasar la noche
en su casa, para no tener que subir y bajar mañana nuevamente y así pasar un
rato al lado de su familia, que hacía tiempo no veía. Proposición que aceptó
con gusto y entusiasmo. Invitándome a pasar por ahí después de las cinco
treinta, que es la hora que más o menos llega, con sus hijos y su esposo, ya
que ellos laboran en mi ciudad ficticia. Termine lo mío, y me fui a su casa.
Cinco treinta para ser exacto, estuve en la entrada de su casa, ellos llegaron
veinte minutos después. _Hola prima, tiempo sin verla, abrazándola le di un
beso en la mejilla, que me correspondió de igual manera, salude a su esposo con
un estrechón de manos, mientras que a los dos pequeños, les propine la
bendición mientras besaba sus frentes. Entramos a su casa. Aida se fue al baño,
con los niños, para bañarlos. -el calor
ese día fue infernal- _Venga primo, vamos al centro, a comprar alguna cosas...
Luego de un rato, estábamos de vuelta en la casa, los niños y Aida se habían
bañado y cambiado de ropa, estaban a la mesa realizando las tareas. _Primo vaya
usted, para que se bañe, y se cambie, luego iré yo. Gracias primo, -exclame- de
verdad lo necesito… De nuevo en la estancia, Aida me brindo unas suculentas
arepas con aguacate, mantequilla y queso, mientras conversaba lo difícil que
es, vivir aquí y trabajar en mi ciudad ficticia, que debe entrar a las siete de
la mañana; y lo increíble que son las batallas
que se libran en el tren a las cinco de la mañana, -ellos por los niños no
usaban este medio, se iban en camionetas- Incorporándose el esposo de Aida,
ella se despidió de mí para llevar a los niños a dormir, al igual que ella
hasta el otro día. El esposo de Aida, me
indico donde dormiría, y se despidió diciendo: _Hasta mañana primo, si quieres
puedes ver televisión, bajito volumen, ¡por favor!A
lo que asentí con agradecimiento, deseándoles las buenas noches. Eran las ocho
diez minutos de la noche, ¡no tenía sueño!... ¿Qué sueño podía tener?
Los
buenos días fueron a las tres de la madrugada, cuando los volví a escuchar.
Antes que cantaran los gallos.
Así
comienza un día normal, Aida que con apenas 33 años, vive los días agotada,
entre sueño y sueño, y una carga emocional acumulada por un esfuerzo
interminable.
Gracias
por leerme. Dios te bendiga. Cuídate y cuida a los tuyos que en esta ciudad
ficticia, los delincuentes son reales.
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