Cualquier
parecido con la realidad es pura coincidencia.
_Julio,
levántate ¡vamos! Tengo que ir a hacer la cola.
_Mamaaaá…
tengo sueño.
_Yo, se mi amor, pero debemos irnos
ya. ¡O no alcanzaré a comprar nada!
_Está bien, mamá.
La calle seguía a oscuras, iluminada de
momentos por la luna, cuando las nubes extendían su marcha hacia la madrugada, el
ladrido de los perros, hacían temer la
presencia, de personas en la calle…
“_En
el sagrado nombre de Jesús, Acompáñanos
señor”.
Más
que caminar, corrió escaleras abajo, tomó a Julio de la mano, que con cinco
años, era pequeño y -literalmente- volaba, arrastrado por su madre. Se detuvo frente a la puerta de una
casa, toco tres veces, y en voz baja llamó. Mamá.
_Voy,
voy… se escuchó, una voz adentro. Que de inmediato abrió la puerta.
_Buenos
días mami, bendición y gracias…. Julio, pida la bendición a su abuela.
_
Bendición, abuela. –Dijo Julio-
_Dame
un beso mi amor….Dios te bendiga. Y cargándolo entre sus brazos lo arropó.
_Chao
mami, ¡porfa! A las siete entra en la escuela, no se te olvide, nos vemos
ahora. Bendición mamá.
_Pierde
cuidado Lucia, Que dios te bendiga y te acompañe mi amor.
Siguió,
-corriendo- escaleras abajo, hasta
llegar a la parada del bus que la llevaría a la terminal, aun no salía el sol y
la luna oculta tras las nubes, dejaban ver las luces de un vehículo
aproximándose en la calle, era el primero que pasaba a esa hora. Aún estoy a
tiempo -pensó- lo abordó dando buenos días al chofer, quien le respondió de manera
cortes, _buen día señorita, observó el interior, tres mujeres y dos hombres,
más el conductor, se sintió segura -agradeció al creador- y se sentó en uno de
los primeros asientos, al lado de la ventanilla, observando el cielo oscuro de la madrugada, las estrellas
y la luna, que de momentos se dejaba ver,
las calles vacías, autos, locales
cerrados. A medida que avanzaban se llenaba el colectivo, hombres y mujeres por
igual, desfilaban al interior del colectivo, deseando buenos días, El bus llego
a su destino. Lucia, aprovechando su posición bajó de prisa, el lugar comenzaba
a congestionarse, llegaban buses de diferentes sitios, cargados de gente y
vacíos, -estaba en la terminal- el “smog” de los vehículos se confundía con la noche,
los gritos de los colectores de los bus, sugiriendo los destinos, vendedores
ambulantes comenzaban a armar sus puestos, personas caminando de un lugar a otro; ella tenía
su destino claro y apuró el paso, en
dirección a la calle “Estación” donde quedaba el supermercado, divisó de lejos
quince a dieciocho personas a lo máximo, y se acercó. Llegué temprano -dijo
para si- inmediatamente se sumó a la fila preguntando a un señor de mediana
edad que se encontraba al final ¿buenas señor, aún no recogen la tarjeta de identificación?
_No joven, aun no. Esa la recogen a las seis y faltan quince minutos para las
cinco. Respondió el señor, mostrando un reloj que guardaba en el bolsillo de su
pantalón. _Gracias señor. A medida que pasaban los minutos se sumaban -a la
fila- las personas, venían de todos lados, apurados, en grupos. Crecía descontroladamente,
en menos de treinta minutos ya había más de cincuenta personas y en una hora,
cientos, haciendo una fila interminable, que doblaba la esquina y seguía.
Faltaban cinco minutos para las seis, cuando apareció un grupo de jóvenes vestidos de negro, diciendo
a la multitud.
_Acomódense,
tarjeta de identificación en la mano, hoy toca a los que terminan en cinco, no
se les vende a menores de edad, luego de entregar la tarjeta ese es el orden en
que van a entrar, pasan en grupos de treinta, se abre a las ocho, los que van a
pagar con debito por este lado y los que van a pagar con efectivo por este
otro, para que sea más rápido. Tarjeta de identificación en la mano, quien no
termine en cinco no entra, luego de entregar la tarjeta ese es el orden en que
van a entrar, pasan en grupos de treinta, se abre a las ocho, etc. Y así se fueron
repitiendo su libreto por toda la fila.
Lucia
contó las personas que tenía por delante, veinticinco, ¡entro en el primer lote!
–Pensó- Abrió su cartera, saco un
envase plástico donde guardaba una arepa con queso y mantequilla, compró un
vasito de café caliente y comió con gusto, agradeciendo al creador…siendo en
ese preciso instante, cuando la fila-cola estaba organizada, que el grupo de
personas vestidos de negro, sacaron sendas armas, despojando del efectivo, a todas las personas
que se habían acomodado hacia ese lado, huyendo impunemente del lugar, con la
ayuda de motociclistas que los esperaban en el lugar. –Gracias a dios Lucia
pagaría con débito, no así las más de cuarenta personas que fueron despojados de
su dinero.
Hacia frio, aunque el sol comenzaba a iluminar
el nuevo día, la multitud y los carros
saludaban la ciudad… Después de la larga espera, y el aterrador momento que
tuvo que vivir, Lucia agotada pero con ánimos por fin entró al local a comprar
los productos que solo habían llegado, que quedaban o lo único que había, –por
persona- dos harinas de maíz precocido, dos arroz, dos pasta, dos mantequilla,
dos leche en polvo. Le entregaban los productos dentro del local siguiendo la
cola y el orden al igual que fueron entregadas las tarjetas de identificación. Al
llegar a la caja, pulgar en la maquina capta huellas para verificar identidad y
que no haya comprado en los siete días anteriores, canceló mil cuatrocientos simples, (moneda
oficial de algún país artificial) preguntó la hora, al señor que estaba antes. _Son
las ocho y cincuenta.
_Ay,
menos mal que ayer pedí permiso en el trabajo, para llegar tarde hoy. Confesó
Lucia, al señor, que al escucharla,
sonrió amablemente…
Así
comenzaba Lucia, un día cualquiera, en esta ciudad ficticia de algún país
artificial.
Dios
te bendiga. Cuídate y cuida a los tuyos que en esta ciudad ficticia, los
delincuentes son reales.
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