La Maestra Inés y el Terrible Nevali.



Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

           Porque, aunque esta Ciudad Ficticia siempre es un caos… y mas aun en una fabulosa tarde de intempestiva lluvia, también podemos toparnos con pequeños instantes de alegría, en los que un diminuto rayo de luz, brilla con tal intensidad que nos revela nuevos senderos, nuevos motivos para continuar… esclareciendo ante nuestros ojos, hermosas personas que nos obsequian una nueva manera de ver las cosas, una nueva oportunidad para crecer, creer y confiar nuevamente… personas que nos muestran que lejos del materialismo que nos rodea, aún existen seres de luz, dechados de infinita hermosura interior que se distinguen de lo común. Que cuando nos miran, sus ojos trasmiten un impresionante brillo. Y cuando hablan ¡extraordinaria ternura! en cada palabra pronunciada. Haciéndonos experimentar las sensaciones más cercanas a la  fe, el amor,  la esperanza… y la verdad…

           __Ay Nevali ¡que terrible eras! ¡Eras terrible y Peleón! yo me acuerdo…
             Dijo aquella hermosa señora, de cabello gris con brillantes reflejos blancos sobre su cabeza, de piel añejada en la sabiduría que brinda el tiempo,  y tierna voz,  como las de un coro de ángeles, a un no menos y  agraciado señor,  en el que –también- su rostro reflejaba destrezas y el inquebrantable transitar de los años…  
           _Yo me acuerdo Nevali, no sé si fue en la escuela, o allá,  en  los edificios de Joche donde te criamos, te tuve que incitar a pelear con ese muchacho, que era más grande que tú, ¡porque tú eras pequeñito!  Ese muchacho te estaba dando empujones y golpes ¿y tú? Tú, no hacías nada ¿te acuerdas?...  le distes un castigo a ese pobre muchacho, que más nunca lo volví a ver por ahí, tenías como diez años... ¿te acuerdas?
            _Claro, –entre risas- claro que me acuerdo Inés, eso fue en Joche, una vez que estaba lavando un carro en el estacionamiento ¿recuerdas? yo lavaba carros y vendía periódicos para poder ir al cine los domingos, esa era la diversión de mi época; y llegó ese muchacho a meterse conmigo. Me acuerdo ¡Claro que me acuerdo! miré por la comisura del ojo,  hacia el balcón; disimulado, como quien no quiere la cosa  ¡porque a ti no te gustaba que yo peleara! y tú estabas allí asomada, observando todo,  tuve que dejarme pegar varias veces por ese muchacho; lo gracioso para mí, fue cuando gritaste por el balcón: ¿Te vas a dejar pegar? ¡Defiéndete,  no te dejes pegar!  Ahí me desquite,  hasta con el balde le di… ¿te  acuerdas?... Más nunca se metió conmigo… Toribio, creo que le decían al muchacho… 
           __Ay Nevali ¡que terrible eras! ¿Y cómo te gustaba el dinero? recuerdo que siempre andabas con ese paquete de revistas cómicas,  que vendías y cambiabas con los demás muchachitos del barrio ¿Cuántos años tenías en esa época?
           _Tendría diez años, quizás más, quizás menos... ¿Quieres que te eche un cuento de esas revistas, que tú no sabes?
           _ ¿Y cómo es eso? Dime...
           _Ese paquete de revistas me lo pagaron, entre Ángel Humberto y el señor de la tienda. ¿No sabías eso, verdad? 
            _ ¡No! ¿Y como fue eso? si a Ángel Humberto para darte el centavito, para que fueras a la escuela, le costaba un chorro… con lo administrador y controlador que era…
           _Bueno fácil,  ¿Recuerdas la tiendita verdad? donde siempre me enviaban a comprar el pan… Pregunto  -Nevali-  a la dulce anciana, que lo miró por unos segundos  con ojos de incredulidad, como si encontrar ese archivo, entre los tantos que ha de tener guardados en esa envidiable cabellera grisácea,  le era verdaderamente difícil.          
           _La que estaba saliendo del barrio… ¿recuerdas?  -dijo- Nevali nuevamente.
           _Sí, creo que sí... eso fue, cuando vivimos en Joche.
           _Sí, claro, esa misma… Una vez Ángel Humberto,  me dio un billete –enrolladito-  con una pequeña lista, para que le comprara varias cosas y me dijo que debía traerle de vuelto, dos simples…   
           _Ah ¿y entonces? –Preguntó Inés-
           _ ¡Bueno! Al llegar a la tienda, le entregue el billete y la lista al señor.
           Armando, -ahora- recuerdo su nombre. El me entregó una bolsa con los artículos de la lista y un vuelto de diez simples -lo recuerdo muy bien- yo lo mire incrédulo sin entender ¿Por qué me entregaba tanto dinero? –La entrada al cine, costaba dos centavos-  agarré la bolsa, el dinero y salí corriendo y me senté en la acera, dos cuadras más abajo, a revisar si estaban todos los artículos de la lista, para mi sorpresa, si estaban. Y no entendía que había pasado, ¿Quién se había equivocado? ¿Sería el señor Armando o sería Ángel Humberto?  No había visto el billete, cuando Ángel Humberto me lo entregó.  Y   tal   cual   me lo dio  –enrollado con la lista- se lo entregue al de la tienda.
           Me quedé -un rato- sentado en la acera, pensando infinidad de cosas. Cuando al fin me decidí, tome dos simples y los guarde en un bolsillo de mi pantalón, los cinco restantes, en el otro bolsillo y me fui para la casa, a entregarle el mandado a Ángel Humberto.  
           Al tocar la puerta Ángel Humberto, la abrió, sin notar mayor sorpresa, entré derechito a la cocina. Ángel Humberto, me seguía. Coloqué la bolsa con los artículos en la mesa. Que –luego- revisó minuciosamente para enterarse que estaban todos los productos completos,   de inmediato se giró –hacia mí- y extendiendo su mano dijo.
           _ ¿El vuelto?
           Me quede petrificado, no sabía en cual de mis bolsillos hurgar… y mirándome fijamente a los ojos, repitió.
           _ Muchacho, los dos simples del vuelto…
Inmediatamente, metí la mano en el bolsillo derecho de mi pantalón y le entregue los dos simples que allí se encontraban. 
           __Ay Nevali ¡que terrible eras! –Dijo Inés- y si entonces no eran de Ángel Humberto, debieron ser del señor de la tienda.
           _Claro, claro que eran de él, que fue, quien se equivocó. Y a mí me daba un horrible miedo que se encontrara con Ángel Humberto o contigo y se los dijera… por eso compre el paquete de revistas cómicas, para intercambiarlas y vendérselas a los otros niños del barrio, en unos pocos días le pague los cinco simples al señor Armando, recuerdo que le dije que esa era una deuda de los fiados (créditos) de Ángel Humberto, que me había enviado a pagarle…  él los tomó extrañado, pero nunca –nadie- dijo nada.
           __Ay Nevali,  sigo insistiendo ¡eras terrible! pero fuiste un buen niño  y ahora eres un buen hombre.
           _Eso es gracias a ti Inés.
           A ti, que siempre fuiste mi maestra de segundo grado y la madre en vida para mí…  Te debo tanto, que no tengo como agradecerte los valores y el amor que en mí sembraste,  y que aún conservo el día de hoy…

           Empapado por la intensa lluvia, sentado en esa silla, en las afueras de aquel humilde pero impecable restaurante, bebía ese rico y caliente café, escurriendo con mis manos las hojas mojadas del aquel periódico que no leí y por un momento sirvió para resguardarme. Agradecí -de todo corazón- a Dios, por permitirme presenciar esa escena, dos nobles y hermosos seres de luz, abrazados el uno del otro, rememorando sus años de  antaño, en esta complicada ciudad…

Gracias por leerme. 
Gracias por leer Las Crónicas de una Ciudad Ficticia.
Cuídate y cuida de tus amig@s y familiares….
Mi ciudad es ficticia, la tuya es real…
Dios te Bendiga.


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